El ciclo de ‘Palabra’, del Centro Niemeyer, tuvo ayer como invitado al escritor Javier Sierra (Teruel, 1971), último ganador del Premio Planeta, por su novela ‘El fuego invisible’, eje del acto literario que congregó alrededor de trescientos cincuenta espectadores.
De cifras puede presumir sin faltar a la verdad el narrador que forma parte del elenco habitual de Cuarto Milenio, el programa televisivo dirigido por Íker Jiménez, pues algunas de sus obras se han vendido en más de cuarenta países y, en concreto, ‘La cena secreta’ se situó entre las diez primeras de la lista que anotó en su momento ‘The New York Times’. Otros títulos significativos son ‘La dama azul’, ‘El ángel perdido’, ‘El maestro del Prado’ o ‘La pirámide inmortal’, siempre en los márgenes de la ficción que aspira a encontrar respuestas más allá de la ciencia. De la revista ‘Más allá de la Ciencia’, fue consejero tiempo atrás.
‘El fuego invisible’ tiene como protagonista a un lingüista del Trinity College, de Dublín, quien viaja a Madrid y se encuentra con una vieja amiga de sus abuelos, odisea que derivará en el mito del Santo Grial (el cáliz del que habría bebido Jesucristo durante la Última Cena), bien que proporcionándole su particular punto de vista.
Abrió las intervenciones el comisario de la sección de ‘Palabra’, Javier García, quien definió al protagonista como «un especialista en misterios, particularmente en el de la literatura».
El diálogo que perfila la estructura de ‘Palabra’, se estableció entre la periodista de Onda Cero, Azucena Vence, y el ganador del Planeta, acudiendo a su infancia turolense, de la que Javier Sierra evocó una niñez en la que «ya miraba a la Vía Láctea, imaginando si habría otros Javieritos en los confines de las estrellas». Entendiendo, desde la perspectiva de la madurez, que «todo nos viene de la infancia».
Cursando séptimo de EGB, recordó, «tuve un profesor de Historia que nos habló de la conquista de América, de Colón y de 1492». Ocurrió que el alumno adolescente había hecho una lectura en aquellos días, ‘Nuestros ascendientes llegados del Cosmos’, en la que se aseguraba que el vikingo Erik el Rojo ya había desembarcado en Terranova en el año 1000. Se atrevió a plantearlo al docente, el cual le retó a que lo demostrara. Consultando en bibliotecas públicas y otras fuentes, indicó, «hallé el placer de investigar y llevar la contraria a los mayores». Acaso el principio de una vocación.
También trajo a la memoria el hecho de que siendo un joven de diecinueve años, cuando pensaba escribir más ensayos que novelas, el azar le condujo al segundo de los derroteros. Lo explicó. «Realicé unos trabajos sobre teleportaciones en una revista y visitando un pueblo me perdí. Intentando encontrar el camino me tropecé con el pueblo de Ágreda, que es el nombre de una santa de la que se dice que en el siglo XVII tenía bilocaciones, era capaz de estar en dos sitios distintos a la vez». Un nuevo extravío le trasladó a un convento que presidía una estatua. Ni más ni menos que la fundadora del lugar, Santa María de Ágreda. Su conclusión: «Creo que las casualidades no existen. Lo maravilloso nos rodea si somos permeables, si sabemos verlo». Aquella experiencia se convertiría en material novelístico.
De ‘El fuego invisible’ y el Santo Grial que subyace en las páginas, dijo que «me atrajo que el Santo Grial fuera una creación española. Antes de que Chrétien de Troyes lo mencionara por primera vez en 1180, existían pinturas del mismo en el románico español, como en San Clemente de Tahull (Lérida)». Que existiera o no, lo remitió a la Carta a los Corintios, de San Pablo.
Acerca del galardón del Premio Planeta, admitió que supone «una tranquilidad para los años venideros, para poder viajar e investigar», aunque planteando asimismo su revés. «Nada es gratis. Haberlo recibido implica la responsabilidad de escribir libros cada vez mejores».
Fuente: EL COMERCIO