Esta no es la historia de un vidente. Tampoco la crónica de un loco que creyó que, en trace, era capaz de “ver” las vidas pasadas de sus pacientes e incluso diagnosticarles sorprendentes remedios para sus enfermedades. Es, en fin, la historia de un hombre nacido en la América rural y fundamentalista cristiana de finales del siglo XIX cuyas sorprendentes “lecturas” del futuro influyeron enormemente en las investigaciones arqueológicas y científicas de la Esfinge y las Pirámides de Giza.
Edgar Cayce (1877-1945) tenía el curioso “don” de quedarse dormido en casi cualquier lado y, en un estado de cuasi trance, decía ser capaz de moverse atrás y adelante en el tiempo. Lo llamaron el “profeta durmiente” y dictó 14.246 “lecturas clarividentes” hoy cuidadosamente ordenadas y estudiadas en la Fundación que lleva su nombre en Virginia Beach.
Lo verdaderamente sorprendente de este personaje es lo influyente que se fue en la segunda mitad del siglo pasado en la financiación y soporte de excavaciones arqueológicas científicas en Egipto. Su anuncio de que antes de 1998 se encontraría una “sala de los archivos” bajo las garras de la Esfinge que demostraría de una vez por todas que la cultura de los faraones procedía realmente de la desaparecida Atlántida causó un furor explorador sin precedentes. Institutos de investigación internacionales totalmente solventes y hasta Universidades se vieron empujados por los vaticinios de Cayce para “hacer cumplir” una profecía que… no se cumplió.
Esta es la historia de ese hombre único, al que rara vez se menciona en los libros de egiptología… aunque lo merezca.