Ha llegado al Sistema Solar tras viajar por nuestra galaxia durante cientos de millones de años. Fue descubierto el pasado 19 de octubre, mide 400 metros de diámetro, tiene una forma alargada que recuerda a un pepino o a un cigarro y se trata del primer asteroide interestelar que nos visita. Y es que, aunque los astrónomos creen que cada año llega al sistema solar interior una roca procedente de otra estrella, éste es el primero que se ha observado con telescopios y cuya existencia ha podido ser, por tanto, confirmada.
«Durante décadas hemos teorizado sobre los objetos interestelares y ahora, por primera vez, tenemos pruebas directas de que existen«, ha declarado Thomas Zurbuchen, uno de los responsables científicos de la NASA, en un comunicado.
El primer asteroide interestelar es también el que tiene una forma más extraña de los objetos celestes observados hasta ahora. Su longitud es 10 veces superior a su anchura mientras que, hasta ahora, los más alargados eran, como mucho, tres veces más largos que anchos: «No habíamos visto en el Sistema Solar nada con una forma tan alargada«, asegura a EL MUNDO Karen Meech, la investigadora del Instituto de Astronomía de Hawaii, en Honolulu, que está dirigiendo las observaciones de Oumuamua, como ha sido bautizada esta roca espacial. El nombre elegido es una palabra hawaiana que significa algo así como «un mensajero que viene de lejos y llega primero».
«Consultamos con Larry Kimura, un lingüista hawaiano, y con el director del Centro de Astronomía Imiloa, Ka’iu Kumura, que es un nativo hawaiano, para ponerle un nombre adecuado. Después, pedimos autorización a la Unión Astronómica Internacional», explica la científica. Como todos los cometas y asteroides esta roca tiene también una designación oficial, que en este caso incluye por primera vez la I para indicar que es interestelar: «Su nombre completo es 1I/2017 U1 (`Oumuamua)».
Según detalla Meech, el martes 21 de noviembre, el asteroide se encontraba a algo más de 220 millones de kilómetros de la Tierra (220.458.171 km. para ser exactos), equivalentes a 1.407 Unidades Astronómicas (una unidad astronómica es la distancia media que separa a la Tierra del Sol). «Esa distancia crece cada día 0, 038 unidades astronómicas o 5,6 millones de kilómetros», explica.
Lo que han descubierto sobre este asteroide a lo largo de este mes de observaciones empleando algunos de los más potentes instrumentos de centros como el Observatorio Europeo Austral (ESO) y la NASA instalados en Chile y en HawaiI y con los telescopios espaciales Hubble y Spitzer ha sido recopilado en un artículo publicado esta semana en la revista Nature.
Se mueve a una velocidad de unos 26,4 kilómetros por segundo y los cálculos preliminares apuntan a que el asteroide viene de la región donde está la brillante estrella Vega, en la constelación de Lyra, aunque este astro no estaba en la misma zona del cielo en la que está ahora el astro cuando el asteroide pasó por allí, hace aproximadamente 300.000 años.
La difícil distinción entre cometas y asteroides
Se trata de un cuerpo de color oscuro y rojizo similar a los que están fuera del Sistema Solar, posiblemente por los efectos de la radiación procedente de rayos cósmicos que lo han bombardeado durante cientos de millones de años, y no tiene polvo alrededor. Los científicos creen que está compuesto de material rocoso y posiblemente metales.
También ha dado algunas sorpresas, como que, aparentemente, no contiene agua o hielo: «Esperábamos que el primer objeto interestelar fuera cometario, por eso destacamos que éste no lo es. La definición estándar de un cometa es un pequeño cuerpo compuesto de hielo y polvo, y un asteroide, un pequeño cuerpo rocoso. Sin embargo, a medida que averiguamos más cosas sobre ellos, la distinción no está tan clara. Los cometas a veces tienen tanto polvo alrededor que no desarrollan colas, y hemos descubierto muchos asteroides con hielo. Podría ocurrir que muchos asteroides fuera del cinturón del cinturón de asteroides tengan hielo y no los hayamos visto bien», señala esta experta.
Las observaciones continuarán hasta diciembre aunque, según Meech, «el objeto cada vez se ve de forma más débil y ahora es muy difícil observarlo a no ser que se usen los grandes telescopios». En las próximas semanas podrán hacer alguna medición más sobre su brillo y su posición, que les ayudará a calcular mejor su trayectoria. De momento saben que pasará por la órbita de Júpiter en mayo de 2018 y se aproximará a Saturno en enero de 2019. A medida que se aleje del Sistema Solar se dirigirá hacia la Constelación Pegasus.
Fuente: EL MUNDO