Artículo del exdirector del Museo Naval, Gonzalo Rodríguez González-Aller, en el que pide un papel para la Marina en la defensa del patrimonio subacuático.
Escribo estas letras a título personal, no en nombre de mi querida Armada a la que he dedicado, con mayor o menor acierto pero siempre con mi mejor voluntad, toda mi vida, siguiendo la estela de mi abuelo, padre, hermanos, tíos – entre los que se encuentra el Contralmirante José Ignacio Gonzalez-Aller que fue director del Museo Naval durante más de nueve años, artífice de su actual versión y prestigioso historiador naval -, primos, hijos y sobrinos, toda una saga marinera.
Escribo desde la profunda tristeza que me ha causado la noticia, recientemente publicada, sobre el destino de las monedas que componían parte del cargamento de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes perteneciente a la Real Armada, hundida ilegal e injustificadamente por una división inglesa a la altura del cabo de Santa María, cuando transportaba por orden del Rey caudales procedentes del virreinato del Perú.
La Armada es una institución con muchos siglos de existencia (mucho más antigua que cualquier Secretaría de Estado de Cultura o Ministerio), que ha tenido durante siglos la competencia sobre la gestión de cualquier hallazgo de naufragio, hasta el pasado reciente.
Ha jugado un papel esencial en el juicio contra la empresa Odyssey en el tribunal de Tampa, aportando estudios sobre la situación geográfica del pecio de la Mercedes, documentos de sus archivos, que probaron que iba en misión de transporte de caudales con orden del Ministerio de Marina, y manifiesto de carga con la cantidad exacta de los caudales transportados. Además ha conseguido el apoyo de la Marina americana a las tesis españolas. La Armada firmó en los años noventa un convenio con la US Navy sobre la mutua consideración de los pecios de barcos de guerra como tumbas de nuestros héroes.
Me resulta muy difícil comprender como esto no ha sido tenido en cuenta por la Secretaría de Estado de Cultura en la decisión sobre el destino de las monedas.
No soy arqueólogo y desde el reconocimiento y respeto absoluto a las competencias que corresponden a la Secretaría de Estado, si se que los restos arqueológicos deben mantenerse en el entorno que aparecen. En este caso el entorno es una fragata de la Real Armada. La extracción solo debe efectuarse después de minuciosos estudios que demuestren que es la mejor forma de preservar el patrimonio histórico. Estos restos arqueológicos han sido fraudulentamente extraídos removiendo restos humanos de nuestros marinos y familiares en tránsito.
¿Puede alguien imaginar mejor entorno para ser exhibidas que el Museo Naval? Allí compartirían espacio con los fondos museísticos de la época, donde ayudarían a comprender la historia naval y reconstruir la agresión injustificada a una división de la Armada que fue un hecho de importante relieve en la historia de España.
Creo que el código de buenas formas, y por qué no decirlo también de justicia y sensatez, aconseja reconducir esta decisión y destinar al Museo Naval parte de las monedas, que permitan alcanzar los objetivos de este Museo y no dejar de lado a la Armada en esta importante área de la Cultura, que por su pasado se merece y de la que ha formado parte esencial.
Creo que la Armada debería aspirar a encontrar un hueco en la protección del patrimonio subacuático por tres razones: tiene lugar en su medio natural, la mar; la mayor parte de los pecios son de buques de la Real Armada que consideramos las tumbas de nuestros antiguos compañeros y, por último, puede aportar conocimientos complementarios a los arqueólogos sobre navegación, maniobra, artillería, etc. No es una cuestión de entrometerse en las competencias que ya no le corresponden, sino de colaborar en lograr un objetivo de interés nacional.
Duelen más los expolios de los compatriotas que los extranjeros. Para muchas instituciones nacionales, desgraciadamente, la Armada no existe.
Fuente: ABC