Los periodistas que conocen de antiguo a Javier Sierra (Teruel, 1971), tienen una ventaja sobre los lectores. Cuando hemos necesitado un experto en cualquier tipo de enigma –de las piedras de Ica o el astronauta de Palenque a los zombis de Haití o las meigas de la Galicia rural–, él estaba ahí. Como el dinosaurio de Monterroso, Javier siempre estuvo ahí. Lleva bebiendo de las fuentes del misterio desde que aprendió a leer y se convirtió en uno de los más jóvenes reporteros del país dedicado a perseguir OVNIs. Confundador de Año Cero y director de Más Allá de la Ciencia, sus intervenciones en radio, prensa y televisión se cuentan por cientos y es el único autor español que coloca sus novelas en el top ten de más vendidas en EEUU. Que haya ganado el premio Planeta, el más dotado de las letras en español, se trata de un reconocimiento indiscutido e indiscutible.
“Ninguna novela reside en la memoria colectiva si no es porque ha tocado algo, una fibre invisible de nuestra sensibilidad”. ¿Cuál has pretendido tocar tú con El fuego invisible?
Algo que se está empezando a olvidar en la mente colectiva y es que todos tenemos dentro el espíritu creativo. Da la sensación de que todo nos viene hecho desde fuera, que todo está inventado y basta apretar un botón para que te traigan algo desde la tienda on line. Que hay poca capacidad de creación o de aportar algo. Mi libro quiere recordar que no es así; parte de una pregunta filosófica, cuál el origen de las ideas, pero trata de inocular el concepto de que las ideas no son sólo cosa de la especie sino que forman parte de cada ser humano.
Casi nada más comenzar la novela explicas la prueba a la que se somete David Salas, el protagonista, pasar dos días a oscuras en absoluto silencio, como se supone que hizo Parménides. Pero esto también lo vimos en La pirámide inmortal. Esto es muy Javier Sierra.
Es algo que me ha impactado mucho últimamente. Leí En los oscuros lugares del saber (Atalanta) donde se habla de la peripecia de Parménides, uno de los presocráticos, que me resultó fascinante: él creía que las grandes ideas venían de fuera y para conectarse con la voz de las dioses necesitaba aislarse en una cueva. Eso me recordó mi experiencia en la pirámide [la de Keops] y en realidad nos estaba diciendo algo muy contemporáneo: para conectar con el mundo de las ideas hay que aislarse del ruido. Y la nuestra es la cultura más ruidosa de la civilización.
Cuéntame sobre el proceso físico para recrear los ambientes de la novela: el Trinity College, el Retiro, los Pirineos… ¿Recorre el escritor esos lugares tomando notas o basta una buena conexión a internet? ¿Qué prefieres?
Algunos te dirán que no es necesario, no sólo por las tecnologías sino porque usan la imaginación. Pero hasta alguien como Julio Verne, que al principio era muy reticente a viajar, acabó comprándose una embarcación y recorriendo el mundo. El buen escritor debe vivir antes de contar. Tu propósito es el de hacer experimentar al lector sensaciones, cosas, lugares y si no lo has vivido antes… Es como el que quiere describir el amor sin haber pasado por la experiencia.
Relacionas la literatura con las escuelas de misterios de la Antigüedad: “La literatura se inventó para elevar nuestras conciencias hacia lo sublime”. Esta frase está muy bien pero me interesa más la acotación “te lo dice alguien que la practica”. ¿Esto es una licencia literaria o la literatura es practicable?
Practicar la literatura no significa escribir sino leer la vida. Tú puedes entrar en un edificio como este, admirar su belleza y contarlo al llegar a casa. Quienes practican la literatura son capaces de ver a nuestro alrededor [nos encontramos en el hotel Casa Fuster] a los señores con chistera, a Domènech i Montaner en una reunión de trabajo, los tranvías pasando al lado… Es tener una visión que te permite desplazarte adelante y atrás en el tiempo a medida que transitas por el espacio. Esa intersección es el origen de la literatura.
“La literatura es una sustancia que debe manejarse con extremo cuidado”. En este enlace con la alquimia recuerdo al motor del Golem. ¿Hasta qué punto esta frase es una fantasía?
Tiene que ver con el poder de la palabra. Voy más atrás, a los mitos fundacionales de las religiones; la primera actividad de los dioses del mundo antiguo es dar nombre a las cosas. Si no das nombre a algo, no existe. Incluso a la materia oscura actual, el 70 % del universo y que no sabemos qué es, hemos tenido que nombrarla. Es muy importante el manejo de la terminología y estamos en un proceso continuo de invención. Por eso me atrajo el grial como hilo troncal de la novela: no es la copa de la Última Cena sino una palabra inventada en un texto literario del siglo XII a la que se va dotando de contenido. Ves la influencia que ha tenido en toda la Edad Media y descubres que la palabra sigue teniendo mucho poder.
En varios párrafos noto la trascendencia de Victoria Goodman como maestra, como persona que abre puertas. ¿Quién lo ha sido en tu vida real?
Han sido varios en distintas épocas. Uno de los primeros fue Antonio Ribera, fundador del Centro de Estudios Interplanetarios, en Barcelona; fundador del Centro para la Recuperación e Investigaciones Submarinas (CRIS), en Tossa de Mar, la primera organización que usó una escafandra autónoma en España; el primer español que organizó una expedición científica a la isla de Pascua. Fue ufólogo pero fue muchas más cosas. Yo iba a su casa de Sant Feliú de Codines, con 16 años, y…
¿Tan joven y desde Teruel?
Bien, es largo de explicar pero con 17 daba conferencias. En Barcelona había mucha actividad en este campo aquellos años, me invitaban a dar una charla y yo me cogía el autobús. Entrar en la casa de Ribera, donde había un ídolo aku aku tallado en la isla de Pascua y millones de libros por todas partes, era entrar en la galaxia soñada. Le pregunté que debía hacer para ser como él y me dijo algo que me cambió la vida: “Aprende inglés”. La mejor bibliografía en estos asuntos está en inglés, en los años 80 muy poca gente estudiaba inglés, pero me puse a estudiarlo como loco. Me ha influido mucho, más en la distancia, aunque también he estado en su casa de Washington varias veces, Katherine Neville, la autora de El Ocho. Su novela me deslumbró pero no imagina que terminaríamos siendo amigos. Hoy tendrá cerca de 70 años y es una especie de Victoria Goodman. Vivía con Karl Pribram, una eminencia en el estudio del cerebro. Imagina esa combinación.
Mencionas en otro pasaje que el poder liquidó a mentes como Sócrates, Giordano Bruno o el propio Cristo y que hoy los menosprecian. Me recuerda a aquel chalado de la película 2012 (interpretado por el actor Woody Harrelson) que estaba al corriente de los manejos del Gobierno ante el apocalipsis que venía. De nuevo te pregunto: ¿puede esto llevarse a la realidad? ¿Hay personas que saben cosas que no pueden ser del dominio público y a quienes se ningunea?
Ocurre de continuo. La historia se construye sobre visiones dogmáticas, siempre, da igual si son las libertades americanas u Ho Chi Min en la otra punta del mundo. Fuera del dogma hay un universo vastísimo pero poco cohesionado, por eso no pueden imponer sus dogmas sobre el imperante. Claro que los hay y yo siempre he pensado que hay que tener oído para todo el mundo porque de todos puedes aprender una lección. En mi pasado de ufólogo he investigado a muchas personas que viven en el margen. En las voces de la periferia hay algo que no está en la voz dogmática, la libertad.
Me ha interesado mucho el capote que le echas a Dan Brown y su Código Da Vinci en boca de los personajes. Sobre todo, teniendo en cuenta que tu La cena secreta, coetánea y también sobre los enigmas de Leonardo, está mucho mejor documentado. Explícame eso.
He comprobado que los anglosajones y los latinos ven distinto el fenómeno bestseller y creo que es a causa del sentimiento de culpa católico. Todo lo que es éxito se ve mal, es casi pacaminoso; aquello del rico, el camello y el ojo de la aguja. El bestseller está mal visto y se tiene el prejuicio de que es de baja calidad, pensado para la masa, que es mala por sistema. Los anglosajones dicen que si y un libro vende, se sostiene la venta en el tiempo –es entonces un longseller– tiene algo, ha conectado con un modelo de pensamiento, con una idea del inconsciente colectivo y merece nuestra atención. Podemos estar o no de acuerdo en cómo escribe Dan Brown pero sintonizó con una carencia vinculada a los orígenes de la Iglesia y demostró que eso sigue interesando en el siglo XXI. Después, ha rendido servicios a la historia de la literatura, como poner el acento de Inferno en La divina comedia de Dante. El último Catón, de Matilde Asensi, ya lo hizo antes y con mucha mayor calidad. Es interesante que existan esos libros que te remitan a esas fuentes.
¿Prevés alguna reacción de la Iglesia? Ya sabes: libros aptos, no aptos, peligrosos… Me refiero a que tengo entendido que al Museo del Prado no te gustó tu gran éxito anterior e incluso dejó de exhibir el libro de su tienda.
Hay que distinguir cuántos sectores hay en la Iglesia. Si que hay uno más rígido y conservador, los más afines en España al Opus Dei, que te etiquetan. Soy consciente de que este libro será etiquetado, creo, que como no apto. Porque aboga mucho por la libertad de pensamiento. Tanto en El maestro del Prado como en este y otros, propongo que el lector interprete por sí mismo, libre de prejuicios, lo que tiene delante. Si digo que la visión del Apocalipsis de san Juan es un delirio, eso no gusta; ellos creen que es una profecía y va a pasar. Pero soy respetuoso. Hasta su visión d dogmática me interesa, la leo y la estudio. Otra cosa es que la asuma como verdad. No seré cruzado de nadie que no sea yo mismo.
¿Estás donde querías estar, tan joven, con mucha obra a tus espaldas, respetado y con un Planeta?
No quería estar en ningún sitio en particular, he preferido ser libre para moverme en los temas que me gustan y lo he conseguido desde joven. He tenido que cargar con la coletilla de “pese a su juventud…” y de hecho desde muy joven iba con corbata. Hoy ya me la he quitado. He vencido al cliché de la edad pero lucho por mantener siempre la capacidad de sorpresa de la adolescencia. Por eso cambio tanto de enigmas.
Fuente: LA VANGUARDIA