En 2002 Javier Sierra entregaba a imprenta su tercera novela, El secreto egipcio de Napoleón. Después de dos obras a caballo entre los enigmas del pasado y los del presente, Sierra daba el salto definitivo a la novela histórica. Para ello escogió un pequeño “vacío” en la campaña militar que llevó a Napoleón a Egipto en 1798-1799. Y es que, al final de sus días en el país de las pirámides, el joven general Bonaparte quiso pasar una noche a solas en el interior de la Gran Pirámide, aunque jamás dio cuenta del por qué de ese interés.
Con la intención de aclarar ese hueco histórico nació una obra en la que se entremezclaban historias vinculadas a los cristianos coptos, los milenarios cultos a Osiris y la inmortalidad. Pero Sierra, con el tiempo, se dio cuenta de que esa historia debía contarse de nuevo. Tenía que escribirse de un modo más trasparente, menos ocultista, y poner el acento en un factor que apenas se atisbaba en El secreto egipcio de Napoleón: el amor como la única herramienta eficaz para vencer a la muerte.
Se puso así manos a la obra y en 2014 nació La pirámide inmortal. Esta novela –reescritura de la anterior, pero nueva en esencia- se centra en tres días particulares en la vida del joven Napoleón. Estamos en agosto de 1799. Hace un año que las tropas francesas han desembarcado en Egipto y el joven general –de apenas 29 años- ha llegado al país con tres objetivos en mente: expulsar a los turcos para adquirir una posición estratégica en la región, cortar la importante ruta comercial británica con Asia y —no menos importante para él— descubrir todo lo posible sobre la portentosa civilización de los faraones.
Lo que no imagina es lo que está a punto de encontrar en Egipto.
La Gran Pirámide: ¿Una máquina de inmortalidad?
Tras su desembarco en las playas de Abukir, el ejército francés sufre toda suerte de contratiempos. El almirante británico Nelson hunde su escuadra en un ataque sorpresa aislando a Napoleón durante un año en Egipto y forzándolo a desplegar toda su audacia. En ese marco, pasará una noche en Nazaret, la aldea donde vivió Jesús, y más tarde otra —esta vez completamente solo— en la Cámara del Rey de la Gran Pirámide de Giza, que cambiarán su vida para siempre.
Napoleón jamás explicó por qué decidió pernoctar en esos dos enclaves tan singulares. “Aunque os lo contara, no me ibais a creer”, fue cuanto dijo. Pero en la solitaria noche que permaneció en el interior de la Gran Pirámide, tuvo que decidir entre dos caminos cruciales en su destino. Según desvela La pirámide inmortal, una misteriosa mujer tuvo mucho que ver en esa decisión que, a la postre, fue la misma a la que ya se habían enfrentado antes los antiguos faraones y algunos personajes históricos clave que pasaron por el país del Nilo, como Alejandro Magno, Julio César… o el propio Jesús.
Una prueba milenaria
Ritos milenarios, antiguas sociedades secretas, saberes ocultos e iniciáticos, nunca fueron ajenos al joven general. Ya antes de embarcarse hacia Egipto, Napoleón coqueteó los misterios que algunas logias masónicas o iniciáticas guardaban como el mayor de sus tesoros. Lo que nunca se imaginó es que los largos dedos de quienes custodiaban esos misterios le acariciarían al otro lado del mundo, como entidades invisibles dispuestas a elevarle o ahogarle. Porque Napoleón —lo dice su carta astral, que reproduce la novela— fue un elegido, y como tal, poderosas fuerzas pugnaron por protegerle o destruirle.
Sólo tres días antes de su trigésimo cumpleaños, en la madrugada del 12 de agosto de 1799, Napoleón Bonaparte decidió encerrarse en la Gran Pirámide para vencer una prueba singular. Sus biógrafos nos dicen que durante varias horas permaneció aislado en el corazón del monumento más misterioso de Egipto, y es allí donde Javier Sierra imagina que se sometió a la prueba faraónica del “vaciado” o “pesaje” del alma; un ritual secular en el que el neófito debía elegir entre morir a la carne o vivir para siempre.
Ese enfrentamiento de Napoleón con su destino sirve al autor para explorar las reveladoras similitudes que existen entre la teología egipcia y la cristiana. Ambos credos propugnan la resurrección de la carne; ambos defienden que sus dioses principales —Osiris y Jesús— nacieron un 25 de diciembre bajo la señal de una nueva estrella en los cielos. Ambos dioses, en definitiva, fueron devueltos a la vida ante la atenta mirada de mujeres poderosas. Pero ambos, pagaron también un alto precio por su inmortalidad.
¿Cuál habrá de saldar Napoleón?
Una sentencia saldrá en su ayuda: “sólo el amor te salvará…”.
Lugares importantes de la novela
Acústica de la Gran Pirámide
Siente la acústica de la Cámara del Rey de la Gran Pirámide.
Inside The Great Pyramid (Paul Horn)