El mundo debería haberse acabado ya. Astrónomos, profetas, visionarios han pronosticado a lo largo de la historia su epílogo centenares de veces. Pese a todo, los humanos todavía seguimos aquí. ¿Hasta cuándo?
Prepárense. El próximo 21 de diciembre podría ser el último amanecer en la Tierra, si se cumple la profecía del calendario maya. Para esa fecha, según algunas interpretaciones, acabado el quinto ciclo solar, la Tierra, Júpiter, Marte y Saturno formarán una conjunción, con el Sol en el centro. Intensos flujos de energía atravesarán la atmósfera terrestre. Los antiguos sumerios también creían que ese día haríamos mejor en quedarnos en casa: el planeta Nibiru, al pasar junto a la Tierra, provocará una inversión de los polos magnéticos y una alteración de la órbita. Se desplazarán gigantescos volúmenes de agua, causando la muerte de millones de personas.
Si usted es de los escépticos, tenga en cuenta de que muchos no piensan lo mismo. Según una reciente encuesta, el 15% de los habitantes de la Tierra cree que el mundo va a terminar durante su vida. En Amazon ya hay 200 libros relacionados con el apocalipsis en el 2012. Pero… ¿Cuántas veces se ha acabado el mundo? El periodista Javier Pérez Campos autor del libro 2012: los enigmas del apocalipsis maya (Anaya) ha recogido ¡hasta 160 previsiones!
En la Biblia (siglo I d.C.) se asegura de que el fin del mundo está cerca. En el Evangelio según Mateo, se dice que “no pasará más de una generación” antes de que esto acontezca. Bernardo de Turingia, un visionario y ermitaño alemán también se inspiró en los textos sagrados para sus pronósticos. Fijó la Apocalipsis para el 25 de marzo del año 992. En efecto, ese día iba a darse una coincidencia insólita, la del día de la concepción de Jesús (25 de marzo, nueve meses antes del 25 de diciembre) con el de su muerte (era un viernes santo). Además, iba a producirse un eclipse solar. Su previsión fue creíble. En Europa hubo un éxodo masivo hacia las montañas, donde los fieles esperaban encontrar la salvación, mientras otros huyeron hacia Tierra Santa.
También hubo muchas previsiones catastróficas que apuntaron al fin del mundo con la llegada del año 1.000. El 31 de diciembre del 999, una multitud de personas se reunió en Roma para esperar el trágico desenlace. El origen de los temores se basaba en una frase del Libro de la Apocalipsis, en la que se decía textualmente “mil no más de mil” y que “después de mil años Satanás se desatará”. El astrólogo Juan de Toledo predijo el fin del mundo para el 23 de septiembre del año 1186. Hizo circular una carta, conocida como carta de Toledo, e invitó la gente a esconderse en las montañas o las cuevas si quería tener alguna esperanza de sobrevivir. ¿Pero quién mejor que un Papa para pronosticar el final de la vida? Inocencio III vaticinó el final del islam: sumó 618, el año del nacimiento de esta confesión, y 666, el número maldito que corresponde al diablo. Con estos datos, el final del islam tenía que producirse en 1254. Con esta profecía, el pontífice, que falleció en 1198, echó por tierra su propia infalibilidad papal.
El respetado astrólogo alemán Johannes Stoeffler, profesor de la Universidad de Tubinga, anunció el desenlace final para el 20 de febrero de 1524. Una reunión de planetas en el signo de Piscis (signo de agua) causaría una inundación masiva. La gente se lo tomó tan en serio –incluso Nicolás Maquiavelo invitó a los habitantes de Florencia a buscar protección junto a los ermitaños– que empezaron a construirse arcas al estilo de Noé. En Londres se desató el pánico y 20.000 personas abandonaron sus casas. Además, el 19 de febrero, el día de la víspera, hubo unas lluvias torrenciales en Europa y cundió el caos absoluto, ya que una multitud empezó a asaltar los barcos. A otro alemán de la época, Melchior Hoffmann, místico y teólogo, se le atribuye uno de los pronósticos más extravagantes. El año que escogió para la llegada del Apocalipsis fue el 1533, 1500 años después de la muerte de Cristo. Según su visión, el mundo se habría acabado a raíz de un gigantesco incendio y una nueva Jerusalén habría nacido en la ciudad de Estrasburgo, la única urbe que habría sobrevivido al desastre.
Otro nombre que merece ser citado es el de Jacobo Bernouilli, considerado como uno de los mejores matemáticos de la historia. Apostó por la fecha del 19 de mayo de 1719. Su tesis es que ese día un cometa, que ya había pasado cerca de nuestro planeta en 1680, volvería para chocar con la Tierra. Pero el cometa no volvió (el astrónomo Camille Flammarion, del Observatorio de París, fue más allá al sostener que el cometa de Halley, cargado de cianógeno, envenenaría la Tierra a lo largo de su paso por nuestro planeta allá por el año 1910). Por cierto, hablando de científicos, cabe recordar que Isaac Newton, el padre de la física moderna, calculó que la vida se extinguiría en el 2060, (1260 años después de la fundación del sacro imperio romano).
Y luego están los edificios simbólicos. Las pirámides egipcias desataron una ola de especulaciones. El astrónomo escocés Charles Piazzi Smith formuló una tesis sugerente, según la cual las pirámides escondían la fecha sobre el día del Apocalipsis. Smith creía que la pirámide de Keops fue construida por Moisés, bajo mandato divino y que, en realidad, hacía las funciones de un calendario. Como la Gran Galería del monumento tenía 1881 pulgadas, pronosticó para ese año el fin, que, una vez más, no llegó. Por cierto, el egiptólogo Georges Riffert también se inspiró en las pirámides para hacer sus propias previsiones: 6 septiembre de 1936 y 20 agosto de 1954. Tampoco acertó. Otro monumento que contiene una carga simbólica es el Coliseo de Roma. “Quamdiu stat Colysaeus stat Roma; quando cadet Colysaeus cadet Roma et mundos”, según reza un antigua profecía del siglo VIII d.C. Cuando, en mayo de 1954 aparecieron unas preocupantes grietas en el anfiteatro, los devotos empezaron a temblar. El 24 de mayo miles de peregrinos acudieron a la plaza de San Pedro para pedir la absolución. Siempre en Italia, pocos años después, el pediatra italiano Elio Bianco aseguró que estaba en contacto con el más allá y que el mundo acabaría el 14 de julio 1960 a las 14.45, destruido por un arma secreta de EE.UU. (estábamos en la guerra fría) y que sólo el Monte Bianco se salvaría del desastre. Construyó una especie de arca con quince habitaciones. Centenares de personas se reunieron ese día en las alturas esperando que el arma estallara. En vano.
En cuanto a profetas religiosos, William Miller, fundador de la corriente religiosa del adventismo, formuló tres fechas diferentes: 3 de abril de 1843, 7 de julio de 1843 y 22 octubre de 1844 (ese día llegó a bautizarse después como La gran decepción), basándose en algunos textos religiosos. Se estima que uno de cada 85 estadounidenses sufrió ataques de histeria a raíz de sus anuncios. Consiguió atraer a miles de seguidores, conocidos como milleristas, que a medida que se acercaba la fecha protagonizaron delirantes espectáculos en Boston: borracheras, confesiones públicas y, al parecer, suicidios.
Ya en la segunda mitad del siglo XX, en plena fiebre ecologista y new age, Paul Elrich publicó un libro en 1968 titulado The population bomb. Estimó que debido al excesivo aumento de la población los recursos naturales se habrían agotado que sólo quedarían vivos poco más de 1.500 millones de personas en mitad de los años ochenta, debido a la contaminación atmosférica y el uso de pesticidas. Aseguró que Inglaterra se habría quedado sin habitantes en el 2000. En la misma época, una secta aparecida en los setenta, Heaven’s Gate, en California, estaba convencida que la llegada de la cometa Hale-Boop en 1997 sería el primer paso del fin. Justo después llegaría un ovni, en el cual sólo unos pocos privilegiados conseguirían embarcarse y huir del desastre. Para prepararse a este viaje interestelar, en marzo de ese año, unas 39 personas, se suicidaron en masa con un cóctel de barbitúricos (y vodka). Los encontraron tumbados en literas con zapatillas nuevas y la maleta hecha.
Asia es uno de los continentes donde las sectas apocalípticas tienen más seguimiento. Digno de mención es el caso del pastor coreano de la Iglesia Misionaria de Tami, Lee Jang Lim, que pronosticó que el 29 de octubre de 1992 tendría lugar el temido Armagedón. En los días previos se calcula que 100.000 personas, víctimas del pánico, abandonaron sus familias y se congregaron en centenares de iglesias fundamentalistas….¡después de haber donado todos sus bienes a Lim! Un mes antes de la fecha prevista, Lim fue detenido por las autoridades coreanas por violar las leyes en el mercado de divisas. Se descubrió que había invertido parte de los donativos, estimados en cuatro millones de dólares, en unos fondos de inversión que darían sus frutos, en 1995 (tres años después de la destrucción).
Y si una previsión no funciona… ¡entonces mejor hacer varias! Nostradamus escribió varios pronósticos, pero debido a su lenguaje críptico no se ha conseguido aclarar la exactitud de los mismos. Ya indicó en el 1999 el regreso del Rey del Terror. Ahora su visión más lejana (y más optimista) sitúa la destrucción del mundo para el año 3797. Los testigos de Jehová también son autores de varias apuestas catastróficas: 1881, 1914, 1925, 1941, 1966, 1984, 1994. Edgar Whisenant, ex ingeniero de la Nasa, consiguió vender más de cuatro millones de ejemplares de un libro titulado: 88 Reasons Why the Rapture Will Be in 1988, pronosticando para ese año la llegada de la resurrección final. Ante el fracaso de su previsión, Whisenant volvió a dar otras fechas para el juicio divino: 1989, 1993 y 1994 (por cierto, con el pasar del tiempo sus argumentos perdieron fuerza, también numérica. Su libro siguiente se titulaba: 23 reasons why a pre-tribulation rapture looks like it will occur on Rosh-Hashanah 1993).
Estados Unidos es otro país donde las predicciones catastróficas, aún hoy en día, tienen muchos adeptos. Elisabeth Clare tuvo una cierta popularidad a finales de los años ochenta y principios de los noventa. Participó en numerosos programas de audiencia, ilustrando sus teorías apocalípticas de una guerra nuclear. Temiendo lo peor, los miembros de su organización espiritual construyeron en Montana varios refugios antiatómicos, entre los más grandes del mundo. Las predicciones de Clare tuvieron tanto éxito al punto que consiguió el premio IG Nobel, un galardón que se concede a los estudios científicos más absurdos y sorprendentes. Harold Camping exingeniero, pastor de una iglesia evangélica norteamericana, consiguió una movilización masiva en su país gracias a la radio (era presidente de una cadena con más de 150 frecuencias). La fecha escogida para el diluvio universal fue el 21 de mayo del 2011, según su interpretación de la Biblia. Se organizaron caravanas y campañas de sensibilización que se revelaron inútiles, porque el mundo siguió exactamente como antes.
¿Por qué los humanos insistimos en poner fecha al fin de nuestra civilización y persistimos en el error? Según Kant, el ser humano está obsesionado con poner una fecha, ya que está obligado a aceptar que el mundo tiene una duración limitada. Andrea Tagliapietra, profesor de historia de la filosofía en la Universidad San Raffaele de Milán, es autor de un libro sobre este tema Icone della fine (y, además, es traductor de Joaquín de Fiore, teólogo autor de una profecía apocalíptica para el año 1260). “La Biblia condiciona de manera profunda nuestra concepción de lo que tiene sentido. Es el gran código de la imaginación occidental. No hay que olvidar que es un libro que tiene una génesis y también un final”, recuerda. En su opinión las previsiones apocalípticas han ido evolucionando con el tiempo. “Platón y Aristóteles pensaban en catástrofes cíclicas, al fin de las cuales todo volvía a empezar. En el mundo antiguo, se hablaba de un mundo nuevo, de la llegada de una nueva Jerusalén. En cambio, en la cultura occidental, al fusionar las formas conceptuales griegas con el imaginario bíblico, se considera al Apocalipsis como final de todas las cosas, sin auténtica salvación. Hay castigo, pero sin juicio. Sin bien, ni mal, sin Dios . Y es un argumento seductor, porque si veo el final quiero decir que, de alguna manera, sobrevivo”, dice este filósofo. El desarrollo científico no debería habernos hecho menos incrédulos? Contesta Tagliapietra: “El hombre moderno proyecta sobre el exterior lo que en realidad es una crisis social. Estamos atrapados en un sistema, el capitalista, que nos promete desarrollo infinito y progreso técnico, pero nuestros recursos son limitados. Y esta frustración desemboca en unas previsiones catastróficas, curiosamente casi todas centradas en la acción de agentes externos”, cuando, como recuerda Javier Armentia, astrofísico y director del planetario de Pamplona, “el elemento más devastador al final, somos nosotros”.
¿Tenemos que preocuparnos el 21 de diciembre como dicen los mayas? “Ninguna civilización anterior tenía los conocimientos que la ciencia dispone en la actualidad”, precisa, tajante, David G. Cerdeño, investigador del CSIC-Instituto de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid. Aun así, hay científicos pesimistas. Según el astrofísico holandés Piers van der Meer nos espera para el año que viene una explosión solar; para el 2014, su colega ruso Habibullo Abdusamatov, que trabaja para la Estación Espacial Internacional, pronostica el comienzo de una nueva edad de hielo.; en el 2016 el climatólogo estadounidense James Hansen, jefe del Goddard Institute of Space en Nueva York da por cierto que la mayor parte de la tierra quedará inundada. Y, para el 2018, la guinda final: Nostradamus ya nos tiene preparada una guerra nuclear. Así que a vivir la vida, que son dos días.
Fuente: LA VANGUARDIA