En marzo de 1989 un fugaz anuncio televisivo captó mi atención. Por aquel entonces preparaba mi acceso a la Universidad en una residencia de estudiantes a las afueras de Madrid. Había decidido estudiar Ciencias de la Información y me preguntaba ya hacia dónde dirigiría mis futuros pasos profesionales en un mundo periodístico tan ajeno a los intereses que entonces me fascinaban. Aquella publicidad –¡lo supe!- tenía la respuesta. Era el aviso del lanzamiento de la revista Más Allá de la Ciencia, una publicación mensual que capitaneaba el psiquiatra y director de programas de misterio en la pequeña pantalla, Fernando Jiménez del Oso, y que nacía con vocación de inaugurar un nuevo periodismo centrado en los misterios de la ciencia, de la espiritualidad, la salud o la historia.
Recuerdo que la mañana de su llegada a los quioscos, bien temprano, corrí al único quiosco de La Piovera a llevarme mi ejemplar y con él en mi carpeta, ufano, acudí a clase con una sonrisa de oreja a oreja. Acababa de descubrir que mis estudios tenían un horizonte. Fue un gran día… Hace ya 25 años.
Ni que decir tiene que en los siguientes meses leí aquellas páginas con avidez. No estaba, ni mucho menos, de acuerdo con todos sus contenidos. Algunos de sus reportajes principales eran de corte espiritualista, con un tratamiento más discursivo que periodístico, con argumentos que rayaban en lo dogmático. A mi me atraía más la investigación, el acercarme a personas que hubieran vivido en sus carnes episodios inexplicables, pero en ningún caso quería convertir esas vivencias en artículo de fe. Creer o no creer debía ser una decisión del lector y nunca una imposición del informador. Con todo, la nueva revista supo atrapar a miles de lectores. Pronto comenzó a publicar números extraordinarios (hoy son ya más de 70), a organizar congresos, a inspirar tertulias en radio y televisión; en definitiva, a crear opinión.
La revista Más Allá fue la que en 1991 me ayudó a viajar por primera vez a los Estados Unidos, junto a Antonio Ribera, para cubrir un congreso internacional sobre el fenómeno ovni en Tucson, Arizona. En aquel “salto” hice mi encuesta periodística inicial en Roswell, Nuevo México. Allí conseguí entrevistarme con los últimos testigos vivos del célebre accidente de ese “disco volante” sobre el que tanta tinta y celuloide se ha gastado. Sus palabras inspirarían cuatro años más tarde mi primer libro: Roswell, secreto de Estado. También, por cierto, fue Más Allá la publicación que me permitió ponerme al frente de los principales expertos mundiales en el misterio de los No Identificados y alumbrar la hoy buscadísima enciclopedia Más Allá de los Ovnis. O recorrer en los años siguientes países como Perú, Bolivia, Francia, Reino Unido o Italia en busca de historias que terminé publicando en sus páginas.
A finales de 1998 –después de algunos paréntesis en otros medios- me convertí en el cuarto director de la revista. Durante siete años asumí su conversión hacia el tipo de periodismo de lo desconocido en el que creía cuando la leí por primera vez y me mantuve al frente hasta que me llamaron otros proyectos literarios.
Hoy esa revista –cuya aparición impulso una nueva clase de periodismo cuyo testigo recogieron cabeceras como Año Cero, Espacio y Tiempo o Enigmas y más recientemente formatos audiovisuales como Cuarto Milenio, donde colaboran muchos informadores que han crecido entre sus páginas- cumple un cuarto de siglo. Lo hace en medio de la crisis más severa que ha conocido la prensa de papel, pero aguanta. Por eso he decidido rendirle mi particular homenaje en este entorno digital con un dossier que puedes leer aquí.
Feliz aniversario.