El niño simplemente no paraba de hablar. Cuando Javier Sierra cumplió 12 años fue invitado a una emisora de radio infantil. Aseguró su estabilidad en el medio de comunicación con un montón de historias que retenía y soltó, una tras otra, como si se hubiese disparado el asegurador de un tanque a punto de estallar.
Cuatro años antes, sus padres se lo llevaron a Barcelona. La familia se fue de viaje a otra ciudad de España, pero él sintió que llegaban a otro planeta. Javier Sierra, oriundo de Teruel, no concebía un espacio tan grande y variado como esa ciudad. En el paseo, sus padres lo invitaron a un bazar, otra rareza para el pequeño, y le regalaron un radiocasete. En ese momento aquel artefacto era lo último en tecnología y él no salía del asombro al ver que podía mover el dial y acceder a todo tipo de historias. Después descubrió que grabarlas era otra posibilidad. El gran momento fue cuando se dio cuenta de que había un micrófono. ¡Grabaría sus propias historias! Por eso, cuando fue invitado al programa infantil, llegó un chico con experiencia.
Por esos días también tuvo su primera identificación. De la cotidianidad, con su primer carné de la biblioteca pública, pasó al mundo de la literatura. Un estímulo que lo inició en el cosmos de los libros a través de los cómics y que poco a poco fue creando el hábito de estar en constante contacto con las variables de la vida plasmadas en las páginas de préstamos bibliotecarios.
Sierra decidió estudiar periodismo, pero no tenía el mismo sueño de sus compañeros. La fama y el reconocimiento le resultaban terriblemente efímeros. Eso lo aturdía y por eso se interesó en lo que pudiese prevalecer en el tiempo.
Comenzó a hacerse grandes preguntas. Se cuestionaba por lo trascendente y complejo de la existencia humana. Un proyecto que lo llevó a hacer muchas entrevistas y notas buscando respuestas que, después de unos años, entendió que no conseguiría por medio del periodismo. Llegó a los predios literarios buscando un terreno propio, en el que pudiese aportar referencias que serían investigadas, producidas, argumentadas, pero, sobre todo, dichas por él.
Sierra habla de voces e ideas que persiguen a los sensibles. Defiende a los que han dicho que las manifestaciones de sus obras los han convertido en unos obsesivos y que gracias a eso han podido pensar y luego narrar historias alteradoras del estado estático y tedioso de las cosas. “Es como esa cinta transportadora de los aeropuertos. Das el paso para entrar, sigues caminando, pero la cinta tiene su propio movimiento y te acelera. Tienes que dar el primer paso y si no lo das, no pasa nada, pero cuando ocurre, vas más rápido que los que aún no se suben”, dice Sierra, que también enfatiza su comentario en la importancia de la lectura y sus efectos en los seres humanos. “Cuando una persona decide por voluntad propia leer un libro, no porque se lo impongan, configura una personalidad que hace que durante su vida haga lo mismo. El lector es un tipo que da el primer paso”.
Según su experiencia, ¿cuál es el primer paso?
No todo está en los libros, hay cosas que tienes que enfrentar en la vida. Yo me pude haber conformado con lo que estaba en los libros, pero lo que realmente quería era conocer, buscar, preguntar.
En sus libros, la razón continuamente es retada por lo sobrenatural. Por lo que se sale de nuestra óptica y queda expuesto a posibilidades que puede que existan o puede que no. ¿Le ha resultado problemático para el público que no cree en este tipo de cosas? ¿Cree que un lector reacio a estos temas desecha su obra?
Yo creo que no hay que creer, hay que querer saber. Es distinto. Al final, la creencia suele conducir siempre a errores y, segundo, a conclusiones dogmáticas. El dogma es la idea que te imponen para que tú creas en esa dirección y no te cuestiones nada.
Esos datos misteriosos que tanto lo atraen lo han llevado a intentar responder preguntas existenciales que todos en algún momento nos hemos hecho. ¿Dios existe? ¿Qué hay después de la muerte? ¿Cuál es el sentido real de la vida?
No sé qué hay después de la muerte, pero tengo la sensación de que esa respuesta está delante de nuestros ojos. En cómo funciona la naturaleza que está continuamente muriendo y renaciendo.
El autor de El fuego invisible acudió a la literatura para responder esas preguntas. Cree que es la única forma. Cree que por eso la inventamos. No le teme a la muerte, pero le tiene respeto, igual que a la vida. Tampoco cree en las casualidades. Al parecer, vive coherentemente, pero eso sólo lo sabe él. Por su obra uno puede imaginar mucho, pero corroborar poco. Va de misterio en misterio y uno de palabra en palabra, intentando descifrar lo indescifrable. Lo que uno se pregunta a diario y ahora pretende encontrar en ese libro de Sierra.
Usted no cree en las casualidades y sostiene en varias entrevistas que más bien confía en que las cosas pasan por algún motivo ajeno a nosotros. Algo que se sale de nuestras manos. ¿Entonces cree en el destino?
Pues algo así. En un plan.
¿Y dónde quedan nuestra voluntad y el poder de las decisiones?
Tú crees que son tus decisiones. No lo son.
¿De quién son?
A lo mejor de nadie. Forman parte de la naturaleza.
¿Entonces no somos responsables de nada?
Lo somos. El problema es que tenemos conciencia y nos cuestionamos todo. Eso es magnífico. Pero de alguna manera estamos en ese permanente cuestionamiento y no fluimos. No nos dejamos llevar por la naturaleza.
En El fuego invisible, su novela más reciente, que presentó en la Feria del Libro de Bogotá, el estelar lo tiene un grial, un objeto que en la religión católica también tiene un papel protagónico. La novela profundiza en el verdadero origen del artefacto, que para muchos es sagrado y para otros es sólo un vaso.
¿Dónde apareció por primera vez el grial?
Durante mil años, desde la época de Jesús hasta la época de las Cruzadas, nadie se preocupó nunca del grial. No tenía ningún interés. Comenzó a llamar la atención en la época de las Cruzadas por una cuestión de propaganda. Los cruzados fueron a Tierra Santa y ese es un viaje de años, y cuando volvieron tenían que traer algo para demostrar a sus congéneres que habían estado allí. Tenían que traerse algo de Jesús. El grial se concibe en la Edad Media en esas circunstancias.
Pero en la novela se propone que se inventa antes…
Lo que yo propongo en la novela es que el grial no lo inventa Chrétien de Troyes, el trovador, en 1180, sino que ya se había inventado antes en la península Ibérica. Justo en el momento en que surgen los primeros reinos cristianos hacia el siglo XI, en el norte de la península, para expulsar a los musulmanes de España.
¿Y con que versión deberíamos quedarnos?, ¿existe?
El grial existe en el mismo momento en el que le damos nombre.
Háblenos de esa energía que menciona en el libro. Parménides, el filósofo griego que fue estudiado a profundidad por el protagonista, se internaba en cuevas oscuras y lejanas del ruido para conectar con los dioses y así llegar a las ideas o el conocimiento. ¿Cree que es un buen método para encontrar respuestas a las preguntas trascendentales?
Esa energía la tenemos todos, pero sólo algunos consiguen conectar con ella. Y sí, sólo lo logran los que son capaces de aislarse del ruido. Aquellos que buscan la quietud y se alejan de las influencias de terceros.
Javier Sierra es un explorador. Puede demostrarlo con sus historias, que agrega como incisos en cualquier argumento que esté usando para sustentar algo, como la anécdota que me compartió del Huila, el departamento en el que encontró otro Teruel, un pueblo colombiano de 8.000 habitantes. Pequeño y cultivador de café. Se llamaba igual a su ciudad natal y él, curioso, fue a conocerlo.
El antagonista y uno de los misterios de la novela es Julián de Prada…
Julián de Prada es un inspector de policía que se cruza en la vida de David Salas cuando uno de los miembros de la escuela de Victoria Goodman aparece muerto en extrañas circunstancias. De Prada es un personaje sombrío, que pronto se desvela como más interesado en lo que se buscaba en la escuela que en la propia muerte de uno de sus alumnos. Su función de antagonista la sublima de un modo inesperado, al revelarse que su verdadera naturaleza es… ¡No puedo decirlo!
¿Y Salas? ¿hay rasgos suyos en el protagonista?
¡No mucho! Él no quiere ni busca la aventura, pero ésta le encuentra sin que pueda escaparse. Yo soy lo opuesto: busco la aventura, me meto en líos por tratar de alcanzar mis objetivos… Aunque, pensándolo bien, ambos tenemos un punto en común muy acentuado: nos encantan los libros y los secretos que estos encierran.
Fuente: EL ESPECTADOR