Javier Sierra (Teruel, 1971) es periodista y el primer escritor español en entrar en el top ten de los más vendidos en Estados Unidos. Es autor de las novelas La dama azul, La cena secreta, El maestro del Prado y La pirámide inmortal, entre otras. Con El fuego invisible, un thriller de enigma histórico en torno al Santo Grial, acaba de obtener el Premio Planeta 2017.
—¿La inspiración es el Grial que se esconde en su novela detrás de los muchos tópicos que envuelven a este símbolo?
—Veo el Grial como un símbolo que conecta con las gestas, las tradiciones, los misterios. Su origen surge en el siglo XII como un elemento de propaganda política que sirvió para alentar a los primeros reinos cristianos del norte de la Península a recuperar el territorio que albergaba esta importante reliquia de la Última Cena y que no podía estar en manos de infieles.
—¿Fue el último símbolo de las leyendas ante la imposición del pensamiento racional?
—Aunque hubo otros después, sí que fue el último grande y prueba de que era una invención bien pergeñada es que hoy día sigue muy vigente. También el azar jugó un papel importante porque el primer texto, El cuento del Grial, que aparece en 1180, Chrétien de Troyes lo deja inconcluso, quizás le sorprendió la muerte, y al no explicar la naturaleza de Grial abrió un camino para muchas especulaciones y continuaciones. De hecho, de alguna manera, El fuego invisible podría ser la última continuación del libro de Chrétien.
—Una continuación que utiliza los géneros de la aventura y del thriller para hablar del choque entre la oscuridad y la luz. ¿Una novela muy byroniana, no?
—Hay mucha metaliteratura en el juego de intriga en torno a los opuestos y a los hombres de negro que persiguen al protagonista. Desde los Frustradores de Yeats, a Poe, o a Valle-Inclán. Al principio de la novela David Salas sale de viaje y deja a su madre atrás, igual que hizo Perceval en El cuento del Grial. Hay muchos niveles de lectura en la novela, aunque sobre lo filosófico parezca que predomina la intriga.
—¿En esa intriga, la literatura representa un papel importante y propone usted la escritura como una voz de conocimiento interior?
—Recupero esa idea presocrática, en la figura de Parménides, de que existe una conexión entre la creación humana y un mundo cósmico. Desde las incubaciones de su época, en las que se encerraban en cuevas para escuchar la voz de las Musas, las sesiones de espiritismo del XIX hasta la canalización del mundo hippie del XX siempre hemos tenido la idea de que cuando surge la epifanía de un eureka, esta viene proyectada por una energía ajena a nosotros. El escritor es un médium. Esta impresión está muy presente en el mundo de los creadores y raramente se habla de ella. La ocultan como si fuese un demérito o un secreto. Solo algunos lo defendieron como Victor Hugo que durante su exilio en la isla de Jersey se entrega al espiritismo, y escribe varios cuadernos llenos de notas, de personajes, difuntos célebres y no tanto. Otro es Valle-Inclán, cuyas experiencias impregnadas de lo mágico recoge en La lámpara maravillosa, aunque en su caso se explica mejor porque era un modernista y en esa época los ismos son la reacción del mundo artístico a la revolución industrial, la resistencia del espíritu frente al imperio de las máquinas.
—En el espiritismo el golpe del morse es la comunicación secreta, en El fuego invisible la llave es la palabra.
La palabra recoge el alma de las cosas. Y también las palabras van mutando e incorporando significados a esas mutaciones, y a veces necesitamos inventarla de cero, como es el caso del Grial, para definir algo nuevo y cambiar el curso de la Historia. Un planteamiento que aparece a lo largo de la novela en ese camino de búsqueda que es la escritura y que se convierte en Literatura cuando su manifestación es sublime. El arte es lo único que nos trasciende.
“Detrás de la Historia oficial hay una historia de creencias que son el verdadero combustible que mueve nuestras acciones y algunos sueños”—Algo que aparece ya en el Génesis, “El principio de todo fue el verbo”.
—Un camino que lleva a los protagonistas, David y Paula, a las diferentes iglesias pirenaicas que albergan las ocho bóvedas sobre el Grial.
—Es el nudo teórico de la historia. En cada una de ellas, construidas en torno a 1120, aparece una dama, que es la Virgen pintada por primera vez, sosteniendo un cuenco del que irradian rayas. Es la descripción que aparece en el cuento de Chrétien de Troyes 70 años más tarde. Yo planteo que el mito del Grial se inventa en España y son trovadores franceses los que recogen la historia y la completan en un poema sin nombres geográficos para que pueda servir al mecenas que les paga.
—Si los libros que aparecen son mapas secretos, las arquitecturas de estas iglesias y otros espacios también son libros que pueden leerse.
—En ese tiempo muy pocos sabían leer y la arquitectura se convertía en ese libro didáctico con el que enseñar a los neófitos ciertas claves. Esas pinturas de las iglesias pirenaicas se crearon igualmente para adoctrinar en la creencia de que el Grial estaba allí. La arquitectura como libro de un secreto se explica también con El Escorial que Felipe II dice consagrar a la victoria de San Quintín, cuando hubo otras batallas más importantes, y que tuvo lugar el día de San Lorenzo, precisamente quien trajo el Grial a España. Detrás de la Historia oficial hay una historia de creencias que son el verdadero combustible que mueve nuestras acciones y algunos sueños.
—Iglesias, capiteles, crismones, dinteles de casas en Barcelona, en Granada y en otros lugares, que esconden mensajes. ¿Hemos dejado de leerlos?
—A partir del nacimiento de la imprenta nos hemos ido desconectando de imaginar por qué una construcción está orientada al solsticio o por qué hay un cuadrado y un triángulo en un dintel de una fachada. Nos centramos cada vez más en el mundo exterior y menos en el interior, funcionan menos las evocaciones, la imaginación y buscamos la información directa, y que a veces es muy simple. Hemos perdido algo muy importante en el mundo antiguo como era leer el paisaje, como hacen mis personajes, para estimular el conocimiento que desarrollamos desde dentro. Me gustaría que los lectores de mi novela aprendan a pasear por sus ciudades con los ojos abiertos buscando lo trascendente detrás de lo cotidiano.
—¿Esa lectura depende de la mirada curiosa del niño?
—La grandeza de la vida es ir ajustando, a medida que avanzamos por ella, la óptica de nuestra mirada. Y para ello es muy necesaria esa mirada infantil, llena de conexiones imposibles, con atrevimiento para relacionar ideas libremente, y que lamentablemente cincelamos tanto conforme crecemos que terminamos perdiéndola. Yo he tratado de conservar esa chispa del niño.
—¿Esa sería la manera de hacer funcionar el Grial que, según la novela, todos llevamos dentro?
—Sin duda, mirar y preguntarlo todo. Al principio Perceval es un niño que no deja de preguntar y al que su maestro le dice que no sea impertinente. Cuando se encuentra con el Grial no pregunta y al no hacerlo se queda sin saber qué es. Una lección magistral: no podemos coartar tanto las preguntas hasta el punto de que cuando llegue el momento importante de la vida no seamos capaces de formular la cuestión adecuada, porque entonces lo perderemos todo.
—La cena secreta se centra en el arte de la memoria, el arte de la mirada de la pintura fue el tema de El maestro del Prado y El fuego invisible sobre el arte de la escritura. ¿Qué arte será el próximo libro?
—Tengo dos ideas. Continuar El maestro del Prado que me apetece mucho y otra que es escribir acerca de la carrera espacial que fue la última gran hazaña humana. Pisamos territorio extraterreste y nos hemos encogido. Quizá esté en ella el concepto del arte de la heroicidad.
FUENTE: REVISTA MERCURIO