Fue un 23 de septiembre de 1998. Hoy hace 18 años. Creo que nunca olvidaré esa fecha.
Pese al tiempo transcurrido, recuerdo bien que amanecí con una extraña sensación en el cuerpo.
A las siete y media de la tarde, sobre una plataforma con aspecto de platillo volante a noventa metros sobre la ciudad de Madrid, el doctor <a href=»https://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_Jim%C3%A9nez_del_Oso»>Fernando Jiménez del Oso</a> debía oficiar de maestro de ceremonias en la presentación de mi primera novela, <a href=»http://www.ladamaazul.com/»>»La dama azul»</a>. Yo estaba nervioso perdido. Aquella no solo era mi <em>opera prima</em> literaria sino la culminación de siete años de trabajo tras una de las historias más extrañas que recuerdo. El modo en el que había tropezado con sor María de Jesús de Ágreda y sus sorprendentes visitas a Nuevo México, Arizona y Texas sin salir físicamente de su convento de clausura en la Soria del siglo XVII, me habían abocado a un torbellino infinito de asombrosas coincidencias. Coincidencia pareció que llegara a Ágreda en medio de una <a href=»http://www.ladamaazul.com/la_inspiracion.php»>nevada </a>que me obligó a desviarme de mi ruta, al poco de haber mencionado por primera vez, casi sin querer, a aquella religiosa en uno de mis artículos. Coincidencia también que un mes después de ese oportuno tropiezo con su pueblo natal, su convento, sus libros y su cuerpo incorrupto, mi revista me enviara entonces a un viaje a Nuevo México para hacer unos reportajes. Coincidencia que justo cada vez que iba a visitar Ágreda en aquellos años en busca de más información, algún programa de radio o de televisión me llamara para que les hablara de la «monja bilocada». Y coincidencia, al fin, que un joven editor al que acababan de poner al frente de ediciones Martínez-Roca, me pidiese que escribiera aquella historia en clave de novela.
Con estos precedentes, y otros más que me guardo, era lógico que esperara alguna que otra «señal» aquel miércoles de hace ya dieciocho años.
Mi inquietud, no obstante, tenía otra poderosa razón de ser. En ese momento, con «La dama azul» publicada por una editorial importante, en mi fuero interno calibraba ya si sería posible dedicar toda mi atención a la carrera literaria y de investigación que ahí se vislumbraba. ¿Iba a marcar esa presentación en el Faro de Moncloa de Madrid el inicio de algo nuevo?
Yo tenía 27 años… y muchas ganas de dar el salto.
Y, en efecto, tal y como intuía, algo ocurrió.
Aquella mañana, una llamada de teléfono iba a trastocar toda la jornada. Al otro lado del auricular, el editor de la revista para la que trabajaba entonces, <a href=»http://www.javiersierra.com/biografia/periodismo/mas-alla/»>MÁS ALLÁ DE LA CIENCIA</a>, me pidió que ocupara el puesto de director. «Hemos decidido hacer cambios y apostar por ti», me dijo solemne.
Me quedé mudo. No supe qué decir. Entonces no vi que aquel nombramiento tenía algo de trampa. Al aceptarlo estaba respondiendo sin querer a la duda que llevaba días asfixiándome. Estaba inclinando la balanza a favor del periodismo y no del nuevo camino que esa tarde se abría ante mí. Por otra parte, el nombramiento tenía otra vez el sabor de las extrañas coincidencias «azules» que me habían llevado hasta allí. No se me escapaba que el primer director de la revista había sido precisamente Fernando Jiménez del Oso, el hombre al que la editorial y yo habíamos pedido que me apadrinara esa tarde.
¿Era todo aquello casual?
La presentación de «La dama azul» fue un éxito. Los invitados asistieron a un delicioso espectáculo de magia en el que una doble moderna de la monja de Ágreda se teletransportó de un lado a otro de aquel mirador. La prensa recogió el evento y el libro agota su primera edición en apenas un mes.
Aquella tarde de hace 18 años las señales para que siguiera el sendero de las «novelas de investigación» que ahora escribo se redoblaron. Algún día escribiré sobre ellas.