Mis Personajes
GRAHAM HANCOCK
BIBLIOGRAFÍA
La Búsqueda del Santo Grial (2005), Talisman (2004), El Espejo del Paraiso (2001),
El Misterio de Marte, (1999), Las Huellas de los Dioses (1998), Guardián del Génesis (1997),
Símbolo y Señal (1993)
Llegó de Malta, pasó unos días en Canarias en junio de 2000, marchó rumbo a Londres para volar hasta Japón después y regresar, menos de un mes más tarde, a tierras españolas para completar sus investigaciones sobre restos de una antigua civilización perdida en Menorca, Cádiz, Huelva, Sevilla y Málaga. Javier Sierra le acompañó de cerca hasta su regreso a Japón. Ese es Graham Hancock, un escritor de fama internacional que está dispuesto a encontrar como sea su Santo Grial: las evidencias de una cultura que precedió a Sumer o Egipto y que desarrolló una religión astronómica cuyas huellas están diseminadas por doquier. Lo que cree, lo cuenta por primera vez en estas páginas.
Un "Indiana Jones" en busca de la Atlántida
Steven Spielberg no hubiera podido caracterizarlo mejor. Escocés, cincuenta y un años recién cumplidos, licenciado en sociología por la Universidad de Durham y antiguo corresponsal en África para publicaciones tan prestigiosas como The Guardian o The Economist, Graham Hancock es, sin duda, el prototipo perfecto del verdadero "Indiana Jones".
Pero hay otro punto en el que convergen ambos personajes. Los dos –tanto en la ficción como en la realidad– buscaron obsesivamente el Arca de la Alianza. Uno, el personaje de Spielberg, la localizó en Tanis, al norte de Egipto, en un foso lleno de serpientes. Otro, a contracorriente, logró justificar históricamente su presencia en Etiopía y rescató del olvido los abundantes cultos de la ciudad sagrada de Aksum que aún le rinden culto en la iglesia de Santa María de Sión.
Aquella investigación le afectó de tal modo que después de publicar su libro Símbolo y señal (Planeta, 1993), abandonó el periodismo "convencional" y se embarcó en la búsqueda de civilizaciones perdidas. Las huellas de los dioses (Ediciones B, 1998) y Guardián del Génesis (Planeta, 1997) surgieron como fruto de aquella repentina e intensa pasión.
-Para mí –confiesa hoy– fue una progresión muy lógica, porque cuando terminé de investigar el misterio del Arca de la Alianza y la afirmación etíope de que ellos poseían esa reliquia, se abrió el camino a otros misterios de los que no me había dado cuenta antes. Como la posibilidad de que existiera una civilización muy avanzada en tiempos prehistóricos, que desapareció tras un gran cataclismo.
-¿Se convenció entonces de que el Arca era un objeto tecnológico?
-Bueno... Empecé a entender el Arca como el resultado de alguna clase de conocimiento elevado. Un saber que no era propio del periodo en el que fue construida esta reliquia. Y comencé a cuestionarme si aquel objeto no sería el resultado de una herencia anterior. Todo llegó como consecuencia de aquella deducción. Para seguir la historia del Arca tuve que ir a Egipto, porque fue donde todo comenzó con Moisés y el Éxodo. Y tuve que examinar el contexto en el que surgió Egipto, percatándome de que hay muchas cosas allí que son inexplicables.
-Y no sólo las pirámides, claro.
-En absoluto. Aunque las pirámides de Giza son el "misterio de todos los misterios", por tratarse no sólo de un prodigio de ingeniería sino de unos monumentos espirituales que testimonian una religión poderosa y de gran sofisticación, allí había mucho más. En Egipto, buscando pruebas del Arca, me di cuenta de lo poco que sabemos del pasado de la civilización humana. Todas las grandes culturas de la historia emergieron casi a la vez –Sumer, el Valle del Indo, China, Egipto...–, entre el tercer y el segundo milenio antes de Cristo. Y da la impresión de que no hubo pasado con anterioridad a ese súbito nacimiento. Es como si se nos hubiera ocurrido de repente la idea de crear grandes civilizaciones, y eso no tenía sentido alguno para mí. Pensé que debía haber una explicación.
-Y decidió buscarla...
-Las similitudes entre estas supuestamente aisladas culturas, el nivel de sofisticación de sus ideas, los extraordinarios trabajos de arte y arquitectura que produjeron, ¡tuvieron que ser el resultado de un largo desarrollo! No pudo ser algo instantáneo, como creen los historiadores. Y sé muy bien que no hay rastro de ese desarrollo en los registros históricos, lo que no me impidió pensar en la existencia de una civilización perdida muy anterior a éstas. Esta cuestión se convirtió en un misterio que me poseyó y me urgió a investigarlo. Así nació Las huellas de los dioses.
“Si relacionamos los grandes mitos universales sobre cataclismos, ¿es posible que esas coincidencias que no pueden ser tales, y unos hechos fortuitos que no es posible que sean fortuitos, demuestren la influencia global de una antigua mano guía, todavía sin identificar?”
GRAHAM HANCOCK
Un "Indiana Jones" en busca de la Atlántida
Steven Spielberg no hubiera podido caracterizarlo mejor. Escocés, cincuenta y un años recién cumplidos, licenciado en sociología por la Universidad de Durham y antiguo corresponsal en África para publicaciones tan prestigiosas como The Guardian o The Economist, Graham Hancock es, sin duda, el prototipo perfecto del verdadero "Indiana Jones".
Pero hay otro punto en el que convergen ambos personajes. Los dos –tanto en la ficción como en la realidad– buscaron obsesivamente el Arca de la Alianza. Uno, el personaje de Spielberg, la localizó en Tanis, al norte de Egipto, en un foso lleno de serpientes. Otro, a contracorriente, logró justificar históricamente su presencia en Etiopía y rescató del olvido los abundantes cultos de la ciudad sagrada de Aksum que aún le rinden culto en la iglesia de Santa María de Sión.
Aquella investigación le afectó de tal modo que después de publicar su libro Símbolo y señal (Planeta, 1993), abandonó el periodismo "convencional" y se embarcó en la búsqueda de civilizaciones perdidas. Las huellas de los dioses (Ediciones B, 1998) y Guardián del Génesis (Planeta, 1997) surgieron como fruto de aquella repentina e intensa pasión.
-Para mí –confiesa hoy– fue una progresión muy lógica, porque cuando terminé de investigar el misterio del Arca de la Alianza y la afirmación etíope de que ellos poseían esa reliquia, se abrió el camino a otros misterios de los que no me había dado cuenta antes. Como la posibilidad de que existiera una civilización muy avanzada en tiempos prehistóricos, que desapareció tras un gran cataclismo.
-¿Se convenció entonces de que el Arca era un objeto tecnológico?
-Bueno... Empecé a entender el Arca como el resultado de alguna clase de conocimiento elevado. Un saber que no era propio del periodo en el que fue construida esta reliquia. Y comencé a cuestionarme si aquel objeto no sería el resultado de una herencia anterior. Todo llegó como consecuencia de aquella deducción. Para seguir la historia del Arca tuve que ir a Egipto, porque fue donde todo comenzó con Moisés y el Éxodo. Y tuve que examinar el contexto en el que surgió Egipto, percatándome de que hay muchas cosas allí que son inexplicables.
-Y no sólo las pirámides, claro.
-En absoluto. Aunque las pirámides de Giza son el "misterio de todos los misterios", por tratarse no sólo de un prodigio de ingeniería sino de unos monumentos espirituales que testimonian una religión poderosa y de gran sofisticación, allí había mucho más. En Egipto, buscando pruebas del Arca, me di cuenta de lo poco que sabemos del pasado de la civilización humana. Todas las grandes culturas de la historia emergieron casi a la vez –Sumer, el Valle del Indo, China, Egipto...–, entre el tercer y el segundo milenio antes de Cristo. Y da la impresión de que no hubo pasado con anterioridad a ese súbito nacimiento. Es como si se nos hubiera ocurrido de repente la idea de crear grandes civilizaciones, y eso no tenía sentido alguno para mí. Pensé que debía haber una explicación.
-Y decidió buscarla...
-Las similitudes entre estas supuestamente aisladas culturas, el nivel de sofisticación de sus ideas, los extraordinarios trabajos de arte y arquitectura que produjeron, ¡tuvieron que ser el resultado de un largo desarrollo! No pudo ser algo instantáneo, como creen los historiadores. Y sé muy bien que no hay rastro de ese desarrollo en los registros históricos, lo que no me impidió pensar en la existencia de una civilización perdida muy anterior a éstas. Esta cuestión se convirtió en un misterio que me poseyó y me urgió a investigarlo. Así nació Las huellas de los dioses.
Tecnología para el espíritu
Con Hancock me reuní por primera vez en la isla de Tenerife. La excusa era perfecta. En Güímar, dentro del complejo de pirámides que hoy protege un parque etnográfico auspiciado por el navegante y aventurero noruego Thor Heyerdahl, iba a tener lugar un acontecimiento cósmico singular. Situados bajo el mayor de los muros del conjunto piramidal, íbamos a presenciar cómo el Sol durante el solsticio de verano se ocultaría justo frente a nosotros, dejándose caer tras unos riscos muy pronunciados. Los astrofísicos que descubrieron esta alineación en 1991 se quedaron estupefactos al comprobar que una vez puesto el Sol tras el borde meridional de la Caldera de Pedro Gil, una muesca en los farallones permitía verlo de nuevo por unos instantes, provocando un "segundo ocaso".
A Hancock aquello le fascinó. Llevaba meses recorriendo el mundo en busca de vestigios remotos que parecían demostrar la existencia de una civilización muy desarrollada en la más remota antigüedad. Una cultura de "vigilantes" del Sol y grandes navegantes cuyos restos –intuía– debían encontrarse fundamentalmente sepultados bajo los océanos, y cuyas huellas eran visibles en monumentos antiguos orientados hacia momentos clave de la trayectoria del Astro Rey o de ciertas estrellas.
-Cuando consideré la idea de la existencia de una civilización perdida, tenía en mente qué clase de cultura pudo haber sido. Pero cuanto más fui aprendiendo, más me he ido convenciendo de que no fue una civilización como la nuestra de hoy. Sin duda era capaz de manipular su entorno físico, como hemos visto en Egipto, y algunas veces de forma tan extraordinaria que no es difícil pensar que desarrollaron una tecnología. Pero cada vez estoy más convencido de que su esencia no era material o técnica, sino que se trató de una sociedad altamente espiritual para la que el mundo material era la menor de sus preocupaciones.
-¿La menor?
-Por lo que llevo investigado, creo que sus grandes mentes se concentraron en la exploración del misterio de la muerte y qué es lo que nos espera más allá de ésta. Y esa materia no es considerada por nuestra moderna sociedad, más ocupada en el incremento de tecnología que en los misterios de la vida y la muerte.
Graham se detiene un momento antes de continuar, como si fuera a medir bien lo que estaba a punto de decir. Luego continuó:
-Mi visión inicial del Arca de la Alianza como una especie de ingenio científico no desapareció, pero llegué a la conclusión de que si quería comprender esta cultura perdida no lo lograría examinando sólo su tecnología. Me acercaría más estudiando su espiritualidad y a través de los grandes monumentos que están conectados a esa búsqueda espiritual.
-¿Quiere decir que los monumentos de los antiguos eran una especie de tecnología al servicio del espíritu?
-En ciertos textos antiguos se nos habla de vida y muerte, del viaje al más allá y de las grandes estructuras de piedra como parte de un sistema de iniciación en estos misterios. Esas estructuras se diseñaron para crear un ambiente, una atmósfera en la que el ser humano fuera capaz de contemplar estas materias. Estoy convencido de que existió un sistema religioso y espiritual mundial, que fue global y que tocó a cada una de las religiones que han llegado hasta nosotros. Para mí esa es la mayor prueba de la existencia de una civilización perdida. No la tecnología. Ni las pirámides. Sino la evidencia de que existió una idea universal espiritual que tocó la esencia de la vida, y no puede explicarse su implantación en el mundo mas que aceptando la existencia de una fuente común que transmitió ese conocimiento.
El espejo del cielo
La tesis de Hancock comenzó a tomar fuerza durante la preparación de su último libro, El espejo del paraíso (Grijalbo, 2001). En esta obra plantea la posibilidad de que algunos de los lugares espirituales del planeta más antiguos, como Giza, Angkor en Camboya, las islas de Ponhpei y Pascua e incluso las célebres pistas de Nazca o el candelabro de Paracas, en Perú, se encuentren distribuidos cumpliendo una función astronómica y religiosa muy precisa.
El descubrimiento principal de Hancock consistió en determinar que la meseta de Giza debió ser algo así como el "meridiano cero" de la antigüedad. Aunque nuestra civilización no fue capaz de calcular correctamente la latitud para la navegación hasta el siglo XVIII, Hancock sostiene que ese problema no existió en un remoto pasado y que el "meridiano de Greenwich" de entonces pasaba por encima de las pirámides. A partir de ahí descubrió que, en relación a ese eje geodésico, muchos monumentos sagrados se habían distribuido sobre la faz de la Tierra formando una red separada por ángulos cuyos valores resultaron ser múltiplos de números de gran importancia astronómica. Era como si los monumentos de aquellos lugares se hubieran levantado para seguir el desplazamiento de ciertas estrellas durante milenios.
Hancock se refiere a esos valores como "números precesionales", ya que hoy sirven para calcular el movimiento de las estrellas en la bóveda celeste. Esa traslación, originada por el desplazamiento en forma de peonza del eje longitudinal de la Tierra alrededor del polo, hace que las estrellas se trasladen en nuestros cielos a razón de un grado cada 72 años. En consecuencia, los múltiplos de 72 fueron considerados en la antigüedad como números sagrados y aplicados –según Hancock– a la construcción de esos lugares espirituales siguiendo un plan meticuloso y preciso.
Pero esto debió exigir a los antiguos tremendos conocimientos de geografía, astronomía y matemáticas.
Además, hay otra "prueba" extra para abonar esta hipótesis: la disposición de esos enclaves imita en muchos casos la forma de ciertas constelaciones. Así, las tres pirámides de Giza reproducen la alineación de las tres estrellas del cinturón de Orión, o los templos de Angkor la forma de la constelación de Draco o del Dragón.
-Todo eso –insiste Hancock– no puede ser casualidad. Yo creo que forma parte de un conocimiento diseminado intencionadamente. Muy intencionadamente. Si estoy en lo correcto, hubo una cultura que alcanzó una gran sabiduría a través de una exploración a conciencia del ser humano y de su condición. Sus miembros creyeron haber alcanzado un conocimiento que daba sentido a sus vidas y les ofrecía garantías para superar a la muerte, que debió ser su gran preocupación.
En efecto. Tanto Giza, como Angkor, Pohnpei y otros muchos lugares sagrados, parecen concebidos como puertas al más allá. El caso de las pirámides es especialmente claro al respecto, ya que los antiguos egipcios consideraban la planicie sobre la que se levantan como el "reino de Osiris" en la Tierra, el "Rostau", y lo emparentaban con otro "reino de Osiris" celestial que llamaban "Duat" y que no es otro que la constelación de Orión. Giza, pues, actuaba como la puerta terrestre para ascender a los cielos.
-La cuestión es qué hacemos con toda esta información –añade Hancock sin esperar mi siguiente pregunta–. En el caso de Angkor, no sólo sus templos principales parecen querer imitar la forma de la constelación del Dragón, sino que otros templos vecinos "reflejan" estrellas cercanas a esa región del firmamento. Hicieron un gran proyecto de cartografía del cielo. Y no estoy insistiendo en que esto sea un hecho. Digo que es un misterio. Que parece existir una especie de sistema religioso de alcance mundial al que pertenecieron Angkor o Gizéh. Y no es una casualidad que cartografiaran Draco. Como muestro en El espejo del paraíso, Draco y Orión se interrelacionaban al estar en posiciones estelares opuestas; a medida que una emergía sobre el horizonte con la precesión, la otra caía. Operaban como una balanza a través del cielo, de Norte a Sur.
La transmisión del saber
-¿Y cómo transmitió esa civilización perdida su sabiduría desde el momento de su desaparición hasta la época de construcción de las pirámides –siglo XXV a.C.– o de Angkor –siglo XI d.C.?
-Primero, aunque creo que una catástrofe bastante súbita terminó con esta civilización, debieron quedar bastantes supervivientes. Éstos, sin duda, sintieron la responsabilidad, la misión, de preservar ese tesoro de conocimientos que habían adquirido. Y aunque mucha de su infraestructura desapareció, tuvieron la determinación de preservar ese saber y pasarlo a otros. Y lo hicieron escondiéndolo en historias antiguas, tradiciones y mitos.
-¿Y por qué no en libros?
-Para una civilización de hace, pongamos por caso, doce mil años, que quisiera transmitir su sabiduría a las generaciones futuras, no debía ser buena idea dejarla por escrito. Transcurrido ese tiempo, es seguro que nadie sería capaz de leer sus textos. No hay más que fijarse en los escritos del Valle del Indo: apenas tiene 4.500 años de antigüedad y ya nadie sabe qué significan...
-¿Quiere decir que en los mitos y leyendas del pasado más remoto puede encontrarse información científica de valor? ¿Que fue ahí donde escondieron la enorme sabiduría que periódicamente hemos visto emerger en uno y otro rincón de la Tierra?
Graham asintió.
-Quienes transmiten esas historias "especiales" de las que hablo no tienen por qué conocer su significado oculto. Les basta con repetirlas para preservar lo que hay en ellas. Y como a los humanos nos encanta contar historias, la transmisión está asegurada.
Durante nuestra conversación Hancock afirmó que de ese modo se transmitió información astronómica importante, que después se reflejaría en las construcciones asociadas a esa tradición. La idea no es nueva. Se fundamenta en el trabajo de dos profesores universitarios de Historia de la Ciencia llamados Giorgio de Santillana y Hertha von Deschend, que creyeron descubrir en mitos y cuentos de todo el mundo referencias crípticas a movimientos de cuerpos celestes, planetas y del Sol. En su monumental ensayo Hamlet´s Mill –decisivo en la obra de Hancock y tampoco traducido a nuestro idioma– ya se preguntan "qué mente sublime debió ser aquella que concibió la forma de comunicar su secreto más recóndito a otras personas, aunque éstas se hallaran muy distantes en el tiempo y el emplazamiento (...) dirigiéndose a quienes aún no han nacido ni nacerán hasta dentro de mil o diez mil años" . Más adelante, ambos profesores se atreven incluso a sugerir la enorme antigüedad de ese saber: "Cuando aparecieron los griegos –escriben– el polvo de los siglos ya se había posado sobre los restos de esta gran construcción arcaica que abarcaba el mundo entero. No obstante, ha sobrevivido parte de ella en los ritos tradicionales, en unos mitos y leyendas que no comprendemos..." .
La fecha del Oeste
Había un último asunto que tocar con Hancock. Pese a que Santillana y Von Deschend no aventuraron nunca una fecha concreta para situar el origen de ese conocimiento, Graham Hancock –con la inestimable ayuda del ingeniero angloegipcio Robert Bauval– determinó que Giza y Angkor parecían estar imitando la disposición estelar de Orión y el Dragón respectivamente... ¡en el 10500 a.C.! ¿Era esa la fecha en la que emergió esa extraña sabiduría cósmica que Hancock buscaba ahora en las antiguas culturas?
-Realmente no lo sé –reconoce–. Sin embargo, está demostrado que en el 10500 a.C. la Esfinge miraba hacia el nacimiento de Leo por el Este en el equinoccio de primavera, Angkor se orientaba hacia el Norte, donde nacía Draco, y las pirámides hacia el Sur, donde emergía Orión. Si hubo construcciones allí en esa época o se construyeron después para rememorar esa fecha, no lo sé aún.
-¿Y en el Oeste?
-El Oeste está "abierto", no hemos encontrado aún nada orientado hacia allí.
-¿Podría tratarse de una construcción hoy sumergida?
-Me pregunto a menudo si quizá no se trata de una estructura hecha, sino de algo que aún tiene que edificarse.
Graham sonríe ante mi cara de asombro.
-Estamos hablando de un sistema de ideas que cree en la reencarnación, que ve la evolución del alma humana dentro de un universo material para su experiencia y conocimiento. Y eso lo expresaron a través de la construcción de edificios que forman parte de un sistema de iniciación. Una posibilidad que barajo es que ese sistema de cuatro partes, orientadas a estrellas clave en los puntos cardinales, se pensara para activarse en el instante en que se reavivara cierto despertar de la conciencia, y por eso los humanos estamos llamados a levantar ese cuarto "templo" del Oeste.
Me encojo de hombros.
-No es tan descabellado –asegura Hancock–. De hecho es una extensión perfectamente lógica de un proyecto que construye una Esfinge en el 10500 a.C. –la erosión del monumento así lo sugiere–, tres pirámides en el 2500 a.C., y la ciudad de Angkor hacia el 1100 d.C. Desde esa óptica, ¿no cree posible que el cuarto templo podamos levantarlo en el siglo XXI?
No supe qué responder. Graham clavó sus ojos claros sobre los míos y añadió una última frase que me hizo estremecer:
-Yo sí.