La primera vez que vi a José Manuel Lara fue el 12 de mayo de 1997. Lo tengo anotado en mis cuadernos. Y también que me senté a su lado en un restaurante del centro de Madrid porque ambos –él como responsable de Planeta y yo como un prometedor periodista especializado en misterios- habíamos sido emplazados por J. J. Benítez para presentar su nuevo libro, «A 33.000 pies». Tuvo su gracia que aquella, mi primera impresión de Lara, se construyera al calor de una conversación sobre Dios (J. J. y él dijeron que “le iba la marcha. Es marcha”) y sobre el amor (“además de ciego, es sordo, tramposo y pícaro”, soltaron). Después de ese encuentro creo que Lara se olvidó de mí durante mucho tiempo… aunque yo nunca de él. Lara se había convertido, en mi fértil imaginación, en el Jules Hetzel que editó a Verne sus “Viajes extraordinarios”. El dios de los editores en lengua española. ¡Y yo quería que me publicase! Al año siguiente –ahora sé que no por azar- mi primera novela vio la luz en su grupo y, naturalmente, se la dediqué a J. J. A él, en cambio, no volví a verlo mas que de lejos en algunas ruedas de prensa repitiendo una y otra vez aquello de que lo más importante del negocio editorial son los autores. Pronto supe que no lo decía de cara a la galería sino que de puertas adentro había sabido inyectar esa filosofía en la médula del colosal grupo que estaba construyendo.
Sé de lo que hablo. Por azares del destino, durante algún tiempo migré a otros horizontes editoriales… y descubrí lo que era sentirse lejos de su sombra protectora. En aquellos lares no había un Lara cuidando de las mentes que alimentaban sus sellos. Ni un supereditor con el teléfono conectado los 365 días del año, pendiente de cualquier eventualidad. De hecho, se nos ha marchado casi sin desconectarlo. El pasado jueves, mientras en Madrid ultimaban los detalles para celebrar los 25 años de Antena 3, José Manuel –ya más superempresario que patrono de novelistas- acudió como siempre a su despacho. Esa tarde ya no pudo viajar a la capital y no se le vio en la gala. Fue la señal de que algo no iba bien.
Ahora que he recibido la noticia de su fallecimiento como un mazazo en el alma me cuesta imaginarlo emprendiendo su “viaje del millón de años”, como llamaban los antiguos egipcios a la muerte, dejando de responder por primera vez ese teléfono. Pero es que ahora ya no lo necesita. Al fin ha dejado atrás el dolor de estos cuatro años de duro combate contra el cáncer y se ha desprendido de su cuerpo de gigante desgastado. Quiero sonreír. Ahora él –el verdadero y luminoso Lara- conoce ya las respuestas a aquellas preguntas que en aquella sobremesa con J. J. Benítez de hace dieciocho años nos hicieron hablar de Dios y del amor.
Ahora lo sabe todo.
JOSÉ MANUEL LARA BOSCH, presidente del Grupo Planeta y editor, falleció en Barcelona ayer, 31 de enero. Este texto aparece en la edición de hoy del diario LA RAZÓN.