En el Castillo de Simancas (junto a Valladolid) hay más de 9.000 legajos, cada uno con 250 documentos, en la sección de Estado, el órgano de la política internacional de la Corona entre los siglos XV y XVIII. Un cuarto de millón de papeles y cartas, entre las que susurran todavía muchos secretos. Difícil apreciar lo que dicen, porque la mitad están cifradas: ¿125.000? Algunos secretos fueron grandes, y permitieron conquistas y batallas por sorpresa. Otros, diminutos, incluso irrelevantes a los ojos de hoy, pudieron ser decisivos. Como diáfanamente describe la directora del Archivo General de Simancas (AGS), Julia Rodríguez de Diego, «la información era entonces la mercancía de lujo. Daba poder».
Sus manos, acostumbradas a recorrer los siglos pasando páginas, eligen un legajo al azar: el 1255. Entre todos los escritos que allí se custodian, este abre para nosotros una puerta en el tiempo al año 1582. Reina entonces Felipe II, pero lo hace desde Lisboa. El hijo de una emperatriz portuguesa siente un vínculo especial por la tierra lusitana, que acaba de anexionarse. De allí partirá su Grande y Felicísima Armada rumbo a Inglaterra.
Correo frenético
El ritmo de los correos de un imperio en el que el sol nunca se pone es frenético. Vemos cuatro cartas desde Milán en un solo día, 13 de julio, cada una con noticias que el Rey debe conocer de inmediato. Y atiende a todo, incansable. Francia es el gran enemigo. Otro papel: corre el mes de septiembre. El Milanesado es el lugar donde comienza el Camino Español que atraviesa Europa, por el que los Tercios llevan 15 años transitando. Y también es un centro vital de información.
Para responder a don Sancho de Padilla, gobernador de Milán, Felipe II manda hacer un borrador a su secretario, en el que se habla de demandas entre los duques de Parma y Mantua y se pide que tenga avisado al Conde de Olivares para que tercie. En el margen, añade al borrador: «Embiaréisme estos escritos y demandas y respuestas que quizá será bueno verlos para lo que os diré». Luego añade arriba: «Cifras», para que el secretario codifique esta carta. Así trabaja la Monarquía Hispánica, como un mecanismo de relojería que documenta cada paso. Simancas es el destino de todos aquellos papeles desde que lo fundara Carlos I en 1540 y su hijo regulase la institución en 1588.
Carta cifrada
Todo este nuevo interés por los legajos del imperio comenzó con la noticia de que el CNI había roto la clave del Gran Capitán. Muchos de los códigos empleados a lo largo de la historia han sido ya transcritos, al menos en parte. Julia Rodríguez de Diego sabe que, desde que el AGS se abrió al público en 1844, ha habido investigadores trabajando con material cifrado y con sus borradores y transcripciones. Nos muestra una carta del embajador en Escocia a los Reyes Católicos el 25 de julio de 1498, en la que se comenta el panorama político internacional. Después del texto cifrado está la transcripción y le sigue la tabla empleada. Fue copiada, según consta, para Modesto Lafuente en 1852, luego para Pidal y Salviá y, en 1861, para Gustav Adolf Bergenroth, el hispanista que también desentrañó allí casi completamente las tablas de cifra empleadas por los Reyes Católicos y el Gran Capitán. Tanto trabajo de descifrado acumula el océano de papel de Simancas que Claudio Pérez Gredilla recopiló en un tomo todos los códigos conocidos del archivo a finales del XIX. ¡Cuántos secretos rendidos, uno a uno, casi a tientas! Pero no todos, ni mucho menos. Con ese tomo trabajan todavía hoy los investigadores en Simancas. Los historiadores usan más las transcripciones de la época (que el CNI ha demostrado que no son completas), salvo que puedan sospechar que hay datos esenciales en una carta cifrada cuyo contenido no se conoce. Es una batalla inacabada contra el imperio de los secretos susurrados entre los viejos legajos de los archivos.
Por eso la noticia que ABC llevó a su portada ha causado tanto revuelo entre los historiadores. Ahora se pide un gran proyecto que permita el estudio sistemático de todo ese fondo que dibuja las pistas de cómo las viejas naciones construyeron el mundo global.
Sin salir del continente del pasado vamos al Archivo Histórico Nacional (AHN) en la calle Serrano de Madrid, donde el archivero Ignacio Panizo nos espera con algunas de las sesenta cartas relativas al Gran Capitán que conserva. Algunas, de los Reyes Católicos, recibidas mientras luchaba en Nápoles, muy similares a las descifradas por el CNI.
En abril de 1504, le reprochan la falta de noticias sobre las treguas y negociaciones, de las que saben por el embajador en Roma. Y le ordenan entregar algunos castillos a personas allegadas a los Reyes. La primera en la frente. En otra misiva el Rey ordena a su lugarteniente que expulse a los judíos de Nápoles recién conquistado. Está cifrada, bellamente escrita, perfectamente conservada, con un papel fuerte y blanco, que parece recién sacado de su resma 500 años después.
Conversación sigilosa
Y hay una copia descifrada por el secretario del Gran Capitán, Bernardus Bernardus. Rey y vasallo mantienen una conversación sigilosa, en signos inescrutables que solo sus secretarios conocen y traducen. También en el AHN se conserva una clave del Gran Capitán con 44 símbolos y 96 códigos de letras, descifrada en el XIX, parcial como la de la Biblioteca Nacional (el CNI descifró 88 símbolos y 237 códigos). En realidad, en todos los lugares donde hay cartas del Gran Capitán se conservan intentos más o menos completos de desentrañar sus secretos. Muchas son copia de las que tabuló Bergenroth.
Panizo comenta que «esta clave del XIX que tenemos en el AHN es suficiente para estas cartas». Y relata cómo codificaban Isabel y Fernando: el secretario realizaba el cifrado y las órdenes perfectamente veladas recibían la rúbrica real, pero no la misma que las cartas oficiales. No podría caer en manos indebidas. Tanto monta, los Reyes dibujan una «media rúbrica», apenas la inicial y un garabato. Y su secretario plenipotenciario, Miguel Pérez de Almazán, Aragonés, añade otro garabato, apartado del real. Seguramente él fue quien inventó la cifra del Gran Capitán.
Cifras y tablas
¿Por qué hay tantas cifras y tablas, en los Archivos citados, y en colecciones particulares? En el XIX hubo un gran comercio de autógrafos y los Reyes Católicos y el Gran Capitán eran los personajes más buscados. Circularon cientos de cartas y Gayangos, Lázaro Galdiano y muchas fortunas contribuyeron a esa dispersión de fondos que ha hecho imposible su estudio sistemático.
La carta con la que el CNI probó su clave tenía cuatro párrafos sin transcribir, completamente desconocidos. Por eso ahora habrá que comprobar cuánto material inédito queda en las transcripciones conocidas. Las claves cambiaban con frecuencia, y son personales de cada correspondencia. Nos cuenta Panizo que hay «cedularios» (registros de cartas) dispersos. Algunos de Pérez de Almazán acabaron en la Real Academia de Historia, pero solo los de 1508-9. Un lío enorme.
En su reinado, Isabel y Fernando firmaron juntos –Tanto Monta– miles de documentos. Para terminar, el archivero del AHN nos muestra una carta al embajador de Roma, Jerónimo de Viz, de 1506. Solo lleva la rúbrica de Fernando (Isabel había muerto en 1504). El garabato regio oculta otro secreto: la añoranza de aquella asombrosa mujer con la que había transformado el mundo.
Fuente: ABC