Javier Sierra (Teruel, 1971) se ha hecho con el codiciado Premio Planeta gracias a una novela de misterio sobre las fuentes de la creación. «El fuego invisible» rescata el peso de la palabra durante los siete días que dura la trama. Uno de los autores más traducidos en lengua castellana y con mayores cifras de ventas reivindica el derecho a encontrarse a uno mismo en la soledad del silencio.
–¿Es ésta una novela más sobre el grial?
–No, porque a diferencia de la mayoría de las novelas que tratan sobre el grial, que beben del mito de que fue la copa que tuvo Jesús sobre la mesa durante la última cena, yo me voy al origen del término, de la palabra. Sorprendentemente ésta no aparece en los evangelios, sino que se menciona en un cuento medieval de 1180 de Chrétien de Troyes, luego de alguna manera planea sobre este grial la incertidumbre de si se trata de una invención de los cruzados y para qué se inventó.
–¿Por qué es tan importante?
–Pues porque se trata de uno de esos objetos en los que se produce la intersección entre este mundo y el mundo exterior. Es un poco la llave hacia lo invisible, que es lo que se ha buscado desde la noche de los tiempos, pero al centrarme en el concepto, en la palabra, lo que de verdad explico es la importancia que ésta tiene para llevarnos a las otras realidades.
–La palabra mantiene ese poder mágico.
–La palabra es la llave de la realidad. Dices Cataluña, viene toda una cadena de realidades, de sentimientos y de situaciones que se han generado en torno a ese vocablo. Dices Sevilla y sucede exactamente lo mismo, es decir, la palabra es la llave de todo. Desde lo intangible se construye lo visible.
–No somos los mismos desde las tablillas cuneiformes.
–Desde luego que no y piensa además que la novela se inventó allí. La primera obra literaria de la humanidad es la epopeya de Gilgamesh y se inventó para responder a las grandes preguntas. ¿Por qué tiene que morirse el rey como el resto de sus súbditos? Mi novela retoma ese argumento, partir de una pregunta para desarrollar una narración. De alguna manera, lo que intento con «El fuego invisible» es recuperar la novela primordial, los orígenes de la literatura.
–¿Y las preguntas que se hizo Gilgamesh se han respondido?
–No y por eso seguimos escribiendo. Si el concepto de literatura hubiera resuelto las preguntas hubiéramos tenidos mucho tiempo para responder, como no se ha hecho seguimos escribiendo para tratar resolverlas.
–Para mí es un misterio que la gente siga sentándose, abriendo un libro y desconecte de todo para centrarse en una historia.
–La clave está en que el lector descubre el inmenso poder que tiene la palabra impresa. Es un poder evocador, que no te lo da ningún otro artefacto. De hecho te lo hurta. Cuando lees en un dispositivo electrónico, éste tiene una conexión a tus mensajes de correo electrónico y te distrae. El papel no, leer es una de las experiencias más íntimas del ser humano.
–Leer es la meditación de Occidente.
–Sin lugar a dudas, por eso estamos tan desequilibrados, porque leemos poco. A ver, leemos mucho de manera funcional,señales de tráfico, los textos que salen impresos en televisión… La lectura con mayúsculas, en la que te entregas con profundidad a lo que lees, está amenazada.
–¿Este libro también es un homenaje a la literatura?
–Lo pretendía, porque vengo de una trayectoria de novela en la que me he enfrentado a una serie de misterios como las pirámides o los cuadros en los museos, y quería enfrentarme a uno más profundo. Cuanto más profundo, más intangible, y el espíritu creativo es eso. Quiso ser un homenaje a esos grandes creadores que en algún momento se han preguntado de dónde vienen las ideas.
–Uno que se ha leído «El misterio de las catedrales» va siempre buscando pistas. Usted concentra la trama en siete días, ¿es eso una pista?
–¡Sí, señor. Es usted el primero que lo ha visto! Es una metáfora que alude a los siete días de la creación. Como el libro está dedicado a la creación, me pareció el marco perfecto para desarrollarlo.
–También está esa maravillosa palabra: ónfalo.
–Claro, el ónfalo es el centro de la proporción humana, la última cicatriz o la primera según se mire que tienes desde que vuelves de un lugar que es un misterio. Es lo primero que te hacen en tu cuerpo. Es un cruce también, por lo tanto es muy importante.
–Luego también está el 8.
–Sí, porque en la Europa de los siglos XI y XII los números que se emplean en este lado del continente son los romanos, los arábicos se veían como dibujitos. Era como un infinito. Al final los símbolos y las palabras tienen su historia oculta. Lo que intento enseñar al lector es que se puede analizar y desmenuzar mucho.
–¿Qué misterios guardan las pinturas del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC)?
–Pues esconden la clave de la invención del grial. Se pintaron en una Península Ibérica que era mayoritariamente musulmana, los únicos reinos cristianos eran los del norte y la pintura del grial era un ejercicio de resistencia y de alguna manera de propaganda. Si tú convencías a los tuyos de que el grial estuvo en la Península Ibérica, los infieles no podían estar señoreando esta tierra. Creo que se utilizó como un elemento para animar a la reconquista. Por eso no es un mito inocente ni superficial, porque la búsqueda y el anhelo del grial cambió la búsqueda de Occidente.
–¿Por qué nos producen tanto interés las iglesias románicas?
–Porque estaban hechas para eso. El que las inventó estaba reproduciendo en realidad una cueva rupestre. Es un lugar oscuro en el que la luz apenas entra, tienes que atravesarla con una vela y debajo de esa vela empiezas a distinguir esas imágenes que te observan desde la pared. Imágenes del Apocalipsis, es decir, del más allá.
–La última y sea sincero. ¿Cuánto queda para el apocalipsis?
–(Silencio) Creo que estamos en el apocalipsis desde que nos hicimos criaturas conscientes, desde que dejamos de ser animales que se comportaban por instinto en el jardín del Edén, que es una metáfora de la irracionalidad. Desde que somos racionales vivimos en el apocalipsis.
Fuente: LA RAZÓN