Cuando en 1984, el científico de la NASA Anthony del Genio conoció durante un congreso en Hawai a Clyde Tombaugh, el descubridor de Plutón, pensó que probablemente no volvería a encontrarse con alguien que hubiera descubierto un planeta. Se equivocaba. Desde los años 90 se han descubierto más de 3.000 mundos fuera del Sistema Solar (exoplanetas) y el investigador del Instituto de Estudios Espaciales Goddard ha coincidido con muchos de sus descubridores.
Del Genio lleva décadas investigando el clima terrestre en la NASA y, desde hace cinco años, utiliza el conocimiento acumulado para intentar determinar qué exoplanetas son los mejores candidatos para albergar vida. Y es que la búsqueda de mundos fuera del Sistema Solar se ha convertido en uno de los campos más importantes de la astrofísica, involucrando, además, a otras ramas científicas porque, al fin y al cabo, el objetivo principal es encontrar mundos como la Tierra potencialmente habitables y numerosos científicos, entre ellos Del Genio, creen que «tenemos que empezar por buscar el tipo de vida que conocemos«.
¿Cómo se detectan exoplanetas? ¿Podemos saber si albergan vida o viajar a alguno de ellos? ¿Qué métodos se usan para determinar sus características? EL MUNDO estrena una serie mensual que responderá a estas y a otras cuestiones a través de vídeos de animación 3D dirigidos por el naturalista Javier Bollaín. Los exoplanetas: la vida más allá del Sistema Solar ha sido producida con la colaboración del área de divulgación de contenidos científicos de la Fundación bancaria ‘la Caixa’ y cuenta con el asesoramiento científico de José Antonio Caballero, investigador del Centro de Astrobiología (CAB/CSIC-INTA) y del proyecto CARMENES para detectar exoplanetas.
Es un campo que avanza muy rápido y en el que los descubrimientos de nuevos planetas se suceden vertiginosamente. Los mundos hallados hasta ahora presentan características muy diversas, por lo que algunos son más especiales que otros para los científicos. «Para los que estamos interesados en los planetas del tamaño de la Tierra que puedan albergar vida, Próxima b, en la estrella Próxima Centauri [a cuatro años luz], y los planetas del sistema planetario Trappist [que alberga siete planetas a 40 años luz] son los más emocionantes», dice Del Genio a Papel.
Guillem Anglada-Escudé considera, sin embargo, que «todos los planetas tienen un interés o otro. Algunos nos cuentan cosas de la teoría de formación de planetas, otros son candidatos a albergar una atmósfera templada como la nuestra y vida», explica Anglada-Escudé, uno de los descubridores de Próxima b.
Los planetas en órbitas templadas en estrellas enanas rojas cercanas son, en su opinión, los mejores para estudiar sus atmósferas: «Trappist-1 y LHS 1140b son ahora mismo los objetos más prometedores con tránsitos. Los más cercanos serían, de momento, Próxima b, Ross 128, Luyten b/c y Wolf 1061, pero habrá más casi seguro».
Temperatura y viento estelar
Pero, si a la hora de considerar que un exoplaneta tiene posibilidades de albergar vida uno de los aspectos que más se tienen en cuenta es que se encuentre en la zona habitable de su estrella -es decir, ni demasiado lejos ni demasiado cerca para que en el caso de que tenga agua, ésta sea líquida y no se evaporare o esté congelada-, dos investigaciones publicadas la semana pasada en The Astrophysical Journal Letters sostienen que el asunto es mucho más complejo y hay otros elementos a tener en cuenta además de la temperatura en la superficie del planeta.
Así, el equipo liderado por Chuanfei Dong, de la Universidad de Princeton (EEUU), ha averiguado a través de simulaciones que la acción del viento estelar a largo plazo puede alterar tanto un planeta hasta el punto de hacerlo inhabitable. Tal y como detalla Dong a este diario, la influencia del viento estelar «es particularmente importante en el caso de exoplanetas que orbitan estrellas enanas rojas de baja masa».
En su estudio han considerado el caso de Próxima b. Para Dong, «las posibilidades de que ese mundo a cuatro luz albergue vida como la conocemos en la Tierra es baja». En su opinión, Trappist-1g es el planeta del sistema Trappist-1 «que parece tener más probabilidades de albergar una atmósfera estable durante largos periodos».
Además del futuro Telescopio Extremadamente Grande (ELT) que el Observatorio Europeo Austral (ESO) está construyendo en Chile o el telescopio espacial James Webb, que será lanzado en 2019, las agencias como la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA) están ultimando diversas misiones para saber más sobre los exoplanetas. Una de ellas se llama PLATO y será lanzada en 2026 en con el objetivo de buscar planetas del tamaño de la Tierra o más grandes (los denominados supertierras) que orbiten estrellas parecidas al Sol y que se encuentren en la zona habitable de su astro, esa que les permitiría albergar agua líquida.
Cuatro centros españoles -el Centro de Astrobiología, el INTA y los institutos de astrofísica de Andalucía (IAA) y Canarias (IAC)- forman parte de este proyecto europeo. Para Rafael Garrido, investigador del IAA y de PLATO, el principal obstáculo a la hora de determinar si alguno de estos mundos puede albergar vida es «demostrar que hay indicios de actividad biológica en sus atmósferas».
«Continúa siendo un problema poder separar la luz de las estrellas de la de los planetas, que no emiten casi nada. Ya que la tecnología está madurando mucho, se supone que en la próxima década deberíamos ser capaces de empezar a poder obtener imágenes y espectroscopía de planetas muy cercanos al Sistema Solar. De ahÍ la relevancia de encontrar planetas en las estrellas mas cercanas», explica Guillem Anglada-Escudé, de la Universidad Queen Mary de Londres.
Vida extraterrestre e inteligente
Más complicado será saber si en alguno de estos mundos hay vida avanzada con la que podríamos llegar a comunicarnos. «En general, la forma más fácil de detectar una civilización inteligente será detectar señales de radio que hubieran mandado para anunciar su presencia. Es la llamada Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (SETI) y la están llevando a cabo un grupo de científicos distinto a los que simplemente buscan cualquier tipo de vida», señala Del Genio.
Estos últimos, explica el científico, buscan sobre todo gases en la atmósfera que sean compatibles con la presencia de vida y/o las condiciones que permitan la vida. Lo primero que hacen es buscar agua y después oxígeno (u ozono), dióxido de carbono y finalmente otros gases como el metano. En la Tierra esos gases los producen tanto la vida primitiva como la vida inteligente así que sería difícil distinguir ambas. Aquí nos resulta fácil diferenciar el dióxido de carbono y el metano producido por una civilización del que se genera de forma natural, pero no hay forma de hacerlo en un exoplaneta a menos que lo observaras durante siglos y vieras las variaciones con el tiempo», apunta el investigador de la NASA.
«Y a tanta distancia, resultaría muy difícil detectar gases en la atmósfera que hayan podido ser producidos únicamente por un tipo de vida avanzada, como, por ejemplo, los clorofluorocarbonos (CFC)». Por ello, considera que «las probabilidades de encontrar una civilización tecnológica en ese momento concreto de su historia son muy pequeñas».
Fuente: EL MUNDO