Las editoriales han desarrollado el mimetismo temático: esa quincena de fórmulas sobre las que se despliega el bestseller. Como aquella memorable canción de Bryan Ferry el lema es “re-make, re-model”. Aunque aliñar los ingredientes no siempre da una obra exitosa, cuando una fórmula funciona, las editoriales la repiten hasta la saciedad con secuelas que hacen sombra al triunfador. Obtener un “harry potter” una “sombra del viento”, unos “pilares de la tierra”, un vampírico “crepúsculo”, un “alatriste” o un detective sueco es la locomotora de la facturación anual. Si no hay locomotora, todo son novedades apresuradas que saturan las librerías de títulos y tramas intercambiables.
Hagamos inventario. Desde que Eco triunfó con “El nombre de la rosa”, intriga monástica con artes de Conan Doyle, proliferaron las herejías, inquisiciones y libros prohibidos. Entre la turbamulta, cátaros y templarios -castillos y griales reiterados-, componen una bibliografía interminable: “Nosotros los cátaros”, “La otra historia de los cátaros”, “El Grial secreto”, “La sombra del templario”, “La sangre de los inocentes”… Tanto va el cátaro a la fuente que, como el amor, se rompe de tanto usarlo.
Y en eso llegó Dan Brown con “El código Da Vinci” y sus estrambóticas exégesis teo-ilógicas. Puestos a descifrar códigos y secretos numéricos, inaugurados por Katherine Neville en “El ocho”, mencionemos “El cuento número trece” de Diane Setterfield o “El último catón” de Matilde Asensi. Javier Sierra volvió a escrutar la pintura de Leonardo en “La cena secreta”. Las Sagradas Escrituras dan mucho de sí: nada mejor que una profecía apocalíptica en pleno Medioevo, o el Índice vaticano para dar en el clavo comercial.
Hitchcock abominaba de los niños al dirigir una película, pero J. K Rowling lo desmintió con su Harry Potter y John Boyne con “El niño con el pijama de rayas”. De niños especiales o espaciales versa “La ladrona de libros”, “El viajero” o “El misterioso incidente del perro a medianoche”.
Desde que “La sombra del viento” zafoniana se convirtió en el libro español más vendido, las editoriales quisieron hacer realidad el dicho de que “Barcelona és bona”. Emulando a “Los pilares de la tierra” de Follett, Ildefonso Falcones construyó “La catedral del mar”. Las novelas con misterios barceloneses se multiplicaron cual panes modernistas y peces mediterráneos: “La clave Gaudí”, “La ciudad sin tiempo”, “El laberinto de oro”, “Habitaciones cerradas”, “Te daré la tierra”, “El experimento Barcelona”, “El pintor de sombras”, “El secreto de Picasso”, “La felicidad”, “Barcelona Far West”, “Cabaret Pompeya”…
Si uno no vive y se inspira en Barcelona puede hacerse el sueco. Al igual que sucedió con “La conjura de los necios” de Kennedy Toole, Stieg Larsson ganó todas las batallas del bestseller después de muerto. Desde “Los hombres que no amaban a las mujeres”, primer título de la trilogía Millenium, la novela negra nórdica se apoderó de las librerías: Hening Mankell, Asa Larsson, Jo Nesbo, Camilla Lackberg, Karin Fosum, Anders Roslund… Con nombres así, no hay pnemotecnia que funcione. Con noventa mil títulos anuales, casi dan ganas de saltar por la ventana… como el abuelo de Jonasson, por supuesto.
Fuente: ABC