Javier Sierra nos lleva en su cronovisor a conocer la vida del mago Harry Houdini.
Fue uno de los personajes públicos más aclamados de los primeros años del siglo XX. Su capacidad para sorprender a audiencias de todo el mundo no parecía conocer límites. Harry Houdini (1874-1926) supo combinar su don natural para el espectáculo con su obsesión más arraigada: la muerte.
Pocos recuerdan que el joven Harry –cuando aún se llamaba Erik Weisz y era hijo de inmigrantes húngaros todavía no muy adaptados a su nuevo país- estuvo a punto de morir ahogado en el río Fox, en Appleton, Wisconsin. Tal vez fue la sensación de ver a la Parca tan cerca lo que hizo que desarrollara una especial sensibilidad por todo lo que tuviera que ver con el “más allá”. De hecho, con su carrera como ilusionista y escapista ya consolidada, dedicó ímprobos a esfuerzos a comprobar si los espíritus eran capaces o no de comunicarse con los vivos… y fracasó en todos sus empeños.
A la muerte de su querida madre, Houdini fue de médium en médium tratando de encontrar un canal con el que poder hablar una última vez con ella. Todos le decepcionaron. Nació así su particular cruzada contra espiritistas y crédulos, que lo llevaría incluso a discutir –pero también a desarrollar una buena amistad- con sir Arthur Conan Doyle, creador del personaje literario de Sherlock Holmes y uno de los más conocidos proponentes de los “fenómenos psíquicos” de su tiempo.
Harry Houdini hizo historia con sus trucos de magia, aunque el legado más inquietante que nos dejó fue un código secreto –diez palabras cuidadosamente seleccionadas- que juró enviarnos desde el “otro lado” cuando muriese. Casi sobra decir que a día de hoy todavía ningún médium ha sido tan sensible como para recibirlas.
Una lástima.